martes, 5 de enero de 2010

El aterrizaje de la injusticia


El avión aterrizó a las diez de la noche cuando Julia Marie aplastó una lata de cerveza en la puerta de Llegadas Internacionales. Se sentó al lado de la pista, junto a los automóviles azules que recogían a los funcionarios importante. Sus pies estaban desparramados sobre el asfalto y sus brazos lánguidos y largos reposaban sobre sus rodillas. Aburrida, se levantó y dirigiose hacia la puerta, llevaba una camiseta sin mangas, una gorra de visera ovalada y un cigarrillo entre los dientes. Su corpulencia le facilitaba la tarea de interactuar con los hombres, y su hosco caminar le abría paso entre los carritos de las valijas.
- ¿Qué desea señor?
- ¡Señorita!
- Disculpe, señorita- preguntó el guardia que custodiaba celosamente la cerca que separaba a aquellos que llegaban de los que, quizá, nunca podrían irse.
- Quiero pasar, ¿Algún problema?
.- ¿Tiene usted pase de abordaje?
- ¡No!
- Disculpe, pero esta zona es exclusiva para aquellos que van de viaje.
Julia Marie ocultó la mirada por un segundo y luego, como un obús, incrustó sus manos gruesas sobre el cuello del vigilante.
-Déjame pasar o te saco el cuello- le dijo al oído, sin que el resto de personas en espera la oyesen-. El vigilante atinó a hacerle un gesto con los ojos y señalarle la entrada.
- Gracias- dijo Julia Marie.
Una vez en la sala donde la mayoría de pasajeros revisaban si sus maletas no habían sufrido ningún colapso ni atropello durante el viaje, Julia Marie se cruzó de brazos y miró fijamente hacia la puerta de donde llegaban los que acababan de descender del aeroplano. Una joven atractiva cruzó el umbral, un sexagenario con un traje azul y un teléfono pegado al oído, la siguió. Pasaban uno tras otro los pasajeros del vuelo descendido a las diez, y nada. Una monja, un surfista y un par de turistas chinos de sombreros graciosos y con pitillas en los extremos. Nada aún.
De pronto una figura blanca se posó delante de la puerta dando la espalda hacia donde estaba Julia Marie, y recibió una silla de ruedas. Julia Marie bajó los brazos y su semblante se jodió. Un chiquillo de doce años atravesó la puerta. No tenía cabello, y no caminaba muy bien. La enfermera le señaló la silla de ruedas para que se sentara y no tuviera que caminar con mayor esfuerzo. Julia Marie, de lo dura que se había mostrado al inicio, cambió radicalmente. Sus ojos se iluminaron como se ilumina una bombilla en una choza y se acercó a la enfermera. La cogió del brazo y la apartó del muchacho por un instante.
- ¿Qué dijeron?
- Solo seis meses más, solo eso. Lo lamento- dijo la enfermera.
Julia Marie no pudo resistir y cerró sus párpados, dejando que se desprendan un par de lágrimas traviesas que casi nunca veían el exterior.
- ¿Cómo está todo, Julia?
- Bien, campeón.
- ¿Y por qué lloras?
- Nunca estuve más feliz de verte. Ven, dame un abrazo.
El muchacho se adelantó en su silla y abrazó a Julia Marie, mientras esta observaba a la enfermera gesticulando un marcado no-es-justo, y sus ojos reventaban de lo colorados.

1 comentario:

  1. No puedo contigo me hicistes otra vez llorar.Siempre felicito la destreza q tienes para escribir,eso no se adquiere de escuela o universidad,de q te dan las herramientas en esos lugares es verdad,pero la capacidad y Don te vienen desde tu natal.

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