lunes, 27 de julio de 2009

Microrrelatos



Yo, estúpido

De pronto oigo en la radio de mi reproductor los números premiados de la lotería. Sí, sí ¡ya! Gané, gané, salté, revoloteé, la vida me ha cambiado, no volveré a pisar más las infelices calles de ese barrio mugriento, no más cuentas por pagar, no más trajes prestados para las fiestas. Brinco y abrazo a cuanto idiota se me aparece enfrente. De pronto un pordiosero me estira la mano y me ruega una moneda. Mi algarabía y mi efervescencia son tan grandes que le doy las llaves de mi casa y me voy riendo. Luego, más calmo, pienso que el pordiosero siempre se preguntará ¿Dónde vivo?

Tres días

Luego de tres días Jesús volvió a la vida. Luego de tres días de nacer yo morí. Mi visión aún no era clara pero recuerdo su voz, su voz abrigadora y amorosa, sus brazos grandes y él al lado, cansado. Yo podía percibir su respiración y sus latidos, su corazón palpitaba muy despacio, Yo no sabía que nosotros podíamos escuchar el sonido de los parpados al cerrarse. Luego de eso solo escuché un ¡pum! Después tomé la forma de un hombre y ya podía hablar, oír, ver y caminar. Lo último que oí fue el estruendo de dos vehículos a velocidad y unas siete voces gritando y desvaneciéndose.

Hoja en blanco

La pérdida de la autenticidad cosecha mi peor rostro, no me deja comprender lo leído, mucho menos lo escrito, me hace brincar por la plancha ubicada a babor del barco de las ideas, margina la desnudez de mis neuronas y las viste de rameras fracasadas que ya no se posan en la acera, que ya perdieron la mística y que ni para putas les alcanza la clase. Los falsetes que golpean mis tímpanos llegan directo a mis venas y contaminan al intermitente. La hoja en blanco se mancha solo de excremento verde y coágulos pesados y las doce campanadas parlan en italiano y me dicen finito.

lunes, 13 de julio de 2009

Sueños artificiales


Colmado, Pablo, llegó a su casa. Su rostro era largo y diáfano. Un ventarrón podría haber sacado volando su cuerpo, sus anteojos de marco color caoba inyectaban sus ojos, y el cerquillo bien peinado le recorría la amplia frente. Trabajo, trabajo y trabajo era su ideal, la soledad su maldición. Era un vaso a medio llenar, un cenicero sin cenizas, un día con horarios. Magullado, arropado, con una revista entre las manos, sus ojos fueron presa de sus párpados. La sed lo levantó y lo llevó a la cocina. Acompañado de un bostezo reposó en la entrada, de pronto oyó <>. La silueta del extraño se dibujó con la luz que se colaba. Miedo, preocupación y Pablo, en un mismo espacio, ¿Abuelo? dijo él extrañado al ver el rostro develado. Pablo retrocedió. Es imposible, tú estás muerto. Regresó Pablito. Su rostro era lívido y amplio, el cabello blancuzco le caía sobre las orejas y sus ojos parecían odas <>, dijo el viejo, mientras a Pablo las lágrimas se le deslizaron y su cabeza se acomodó entre el hombro y el cuello del viejo. Sus palabras eran el fiel reflejo de sus canas.

- Los misterios de la vida hijito... los misterios de la vida.

- Dirás de la muerte.

- Es lo mismo, una está incluida en la otra.

- ¿Para qué has venido?

El viejo quedó como hechizado por la Gorgona. Vamos a dar un paseo. Con pasos aletargados y largos adelantó a Pablo y salió por el frente. En un santiamén Pablo se encontró parado delante de una imponente mansión que parecía sacado de Las mil y una noches ¡Mamá! ¡Papá! Gritó Pablo. Eran dos viejos, no tan viejos como el Virgilio de Pablo ¡Mamá! ¡Papá! Les seguía gritando en vano a la guapa morocha y al hombre blanco de dientes amarillos.

- Ellos no te escuchan, aparte no te esperan a ti, sino a él –. Con una poderosa mirada, el viejo, apuntó a la entrada del caserón <>, pensó Pablo. Del vehículo bajó Pablo (un Pablo paralelo) acompañado de una deliciosa muchacha. Cabello color ébano brilloso, carnosas pantorrillas y pies perfectos. Su piel era blanquísima y lozana.

- Es mi antigua novia, Bianca -.Pablo parecía entender lo inverosímil de la situación. Eran el resultado ineludible de su propia tragedia, de su propia decisión <>, pensó él. Se sentó en la acera y lloriqueó cual niño sin su biberón. Su abuelo lo acarició <> Con la cabeza entre las piernas y los anteojos en la mano, Pablo apretó fuerte los ojos y se quedó inmóvil. Los abrió. Se levantó y corrió ¡Abuelo! ¡Abuelo! Gritaba.

- ¡Abuelo, estás aquí! -.Le dijo al encontrarlo.

Lo abrazó << ¿Qué pasa? >>, le dijo el viejo. Abuelo soñé algo muy feo. Soñé que vivía solo, que nadie me quería, que no hablaba con mamá ni con papá, que te habías muerto y que me venías a visitar porque me había quedado solo.

- Hijito mío yo estoy aquí. No te preocupes, No te vas a quedar solo. Ahora cámbiate que tienes que ir a la escuela… yo estaré esperándote en casa. Luego me contarás bien el sueño que tuviste.