lunes, 29 de marzo de 2010

Pasajero en trance


A los lectores

Este pequeño manifiesto, al igual que la canción del maestro Charly García, me persigue ya desde hace algún tiempo. Aunque mi gran amigo, el escritor y reportero de Frecuencia Latina, Fabricio Escajadillo, me diga que los textos en primera persona son parte de una cultura pop y que el yoismo se está colando en nuestras plumas –apreciación que comparto plenamente-no puedo evitar hablar de mí en este texto.

Me he ausentado diecinueve días de este blog, y quizá catorce de las oraciones, de las figuras literarias y de los cuentos. Sin excusas baratas: no es que no haya tenido tiempo por los quehaceres de la universidad…eso no me quita mucho sueño a decir verdad. Sin embargo, este tiempo de ausencia no ha sido gratuito ya que tuve una recaída con el tema de la gastritis, lo cual desembocó en un par de días encerrado en la oscuridad de mi pieza y con una fiebre de infante. Durante unos días dejé el cigarrillo, quizá durante un par, y los días en que fumaba no pasaban de ser uno o dos rubios.

Me he embarcado en la aventura del olvido y de la superación. Si bien han pasado casi dos meses desde que mi novia me dejó, y que tardé relativamente poco tiempo en decir “voy a curar mis heridas” ,sé que estas aún no sanan, pero qué puedo hacer. Todos tenemos fantasmas y demonios que combatir, y con los cuales convivir porque ya se instalaron y ya se volvieron invasores del arenal en el que planeamos construir la ciudad de nuestras vidas. Nuestra propia metrópolis de la trascendencia. Todos guardamos secretos y a todos nos duelen los golpes, ya lo dijo Buda “el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.

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Hace semana y media fui a visitar la tumba de mi abuelo luego de casi seis años desde el día de la inhumación. Perder a mi abuelo fue probablemente lo más doloroso de mi vida y nunca fui a visitarlo por el simple hecho de que no podía. Él está muerto pero me enseña más de lo debido. El estar de pie delante de la lápida y ver mi nombre en ella (Leonardo Ledesma, también) no fue sencillo. No le llevé flores ni algún regalo ni agua porque soy un tipo medio cojonudo que no cree que las personas estén en la tumba donde yacen sus huesos. Solo quería estar ahí, en el último de sus lugares, porque lo extraño.

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Hace unos días también me enteré de que mi madre va a ser operada en la Argentina. No es nada complicado pero no puedo evitar cagarme de miedo y derramar una lágrima al pensar en algún tema que tenga que ver con su salud. Ella solo me tuvo a mí, luego no pudo tener hijos, y debido a unas complicaciones, años más tarde, debe ser intervenida para que su pequeño problema no se convierta en un gran problema. También la extraño.No la veo hace tres años cuando fui a visitarla y, aunque a veces me haga el duro, me hace falta.

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Por otro lado, recibí un mensaje del editor de la Web del diario Perú21, diciéndome que hace un tiempo contaba con una plaza, pero que en este momento no tenía nada. Que tenía mi currículo en la mano y que, gracias a que un amigo le había comentado acerca de mí, me llamaría si se presentaba alguna opción de trabajo.

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Mi papá acaba de conseguir otro trabajito en la Argentina, uno mejor que el que tenía. Él es todo un sobreviviente y me dice que no me debo preocupar. Ahora no reniego aunque me he dado cuenta de que inconscientemente ando jodido. Aquellos que me conocen y con los que comparto un aula de clases, una cerveza o la luz de la luna durante la misma noche, saben que soy un tipo que toma las cosas deportivamente, que no quiere joderse, que no le carga los problemas a otros (aunque esto último debí aprenderlo antes de que mi novia me dejara). Sin embargo, conjuntamente con mi principio de gastritis, también me brotaron ciertas llagas en los labios. Pensé que era un producto exclusivo del calor estomacal. Ayer fui al médico y me dijo algo que no esperaba. El causante de esas pequeñas heridas fue un “cuadro de depresión e hipertensión” ¿Qué? Sí, eso mismo. Como les dije, demonios inconscientes.

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Una persona muy querida me dijo que la acompañara a empeñar unas joyas por algo de dinero. Me dio algo de pena saber que iba a dejar parte de su vida por algunos billetes. Por suerte, cuando estábamos en la Caja Municipal, pensó, valoró más el peso sentimental que la presión económica y no empeñó aquellas joyitas. Llegando a casa, un giro del exterior la sorprendió y pudo ablandar su pesar. Me dio gusto que se haya podido quedar con sus zarcillos y su aro.

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Un viernes decidí ir al teatro. En ese momento me llegó un mensaje de un amigo muy querido, el cual me había presentado mi ex novia cuando todavía éramos pareja. Este joven estudia con ella y también es su amigo, sin embargo es un tipo muy leal e inteligente. Fuimos al teatro del Británico, luego por un café y luego a caminar , sencillamente a disfrutar de la noche, de la brisa en el rostro, de varios cigarrillos y de las calles (una de ellas se llama Cavenecia y es preciosa, muy parisina, muy piafina y sesentera). Caminamos si mal no recuerdo hasta las 4 de la madrugada hablando de mil y un temas e inquietudes, el flaco me ayudó a aliviar un poco la pena y yo le ayudé a morir un poquito más rápido con tantos cigarrillos. También le dije que se apure y no sea idiota: que le diga que la quiere de una buena vez. Porque sí la quiere y es injusto que dos personas que se quieren no se lo digan. Un grande el flaco. Desgarbado y macanudo.

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No escribo hace unas semanas, pero la última vez que lo hice definí qué voy a hacer. Me he montado en una empresa literaria que imagino durará lo que tenga que durar. Voy a ponerle énfasis a los formatos medianos, le voy a dar fuerza a contar lo que deseo contar. Todavía no me peleo con algún personaje, pero le he cogido cariño a un par y animadversión a otro, a uno del que aún no escribo ni una sílaba. Este mes también aprendí a matar a mis padres literarios, a quererlos más y a matarlos, como lo hace una amante desequilibrada. Este mes compré Bestiario y lo estoy disfrutando línea por línea.

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He vuelto a jugar fútbol y a meter un par de goles, y también los he disfrutado como cuando me siento a escribir algo que no sé cómo acabará. Me he calzado en los zapatos de fútbol luego de mucho tiempo, un tiempo muy prolongado. Pensé que me sacarían ampollas o que no me dejarían correr, pero estoy ligero, la pierna derecha aún está intacta. Si bien los pulmones están para donárselos a Susan Hoefken, las piernas y la visión aún sirven.

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En este párrafo quizá sucumba, pero no puedo negar que esto ha sido de las cosas que más sonrisas me han arrancado este mes y no podía dejar de mencionarlo. En una de mis tantas noches delante de la máquina (una de aquellas noches en las que más me abraza la nostalgia) empecé a conversar con una jovencita. Hablamos durante unas horas intercambiando opiniones y ciertas anécdotas, algunos planes y tonterías. Una muchachita linda. Aún no la he visto en persona, pero sé que es capaz de usar Converse y vestidos (al mismo tiempo), usa lentes, no le gusta la playa (por suerte), tiene buen gusto musical, es ligeramente menor que yo y tiene una linda sonrisa. No pude obtener su número sino hasta hace pocos días: la he llamado dos veces y le envíe un mensaje de texto durante La Hora del Planeta. Tiene nombre de reina y cabellos de muñeca, una muñeca como la que guardaba mi abuela en su armario…vestigios de su juventud. Seguramente ella va a leer esta entrada así que quizá, y con el debido respeto, ya me jodí.

No planeo nada la verdad, solo invitarla a ir por un café una vez. La actitud de creyente de ilusiones la dejé en mi primer año de universidad. Días difíciles. Imagino que vendrán más, muchos más, duros, fríos, solos, como a mí me gustan. En estos días también aprendí que los seres humanos no somos producto de nuestras acciones, sino de nuestras verdades. Un hecho en sí mismo es como el libro de un escritor que se quedó sin ideas.

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Estos párrafos quizá pudieron haber sido tratados de forma independiente y dando inicio a otras historias, sin embargo ocurrieron en el mismo desorden, caos y tiempo. Muy parecido a como anduve caminando durante estos días...quizá un poco en trance.


miércoles, 10 de marzo de 2010

In the city of blinding lights. Oh, pareces tan hermosa esta noche en la ciudad de las luces cegadoras


A Giannina Negrillo Cuba. Porque un hombre que incumple una promesa está condenado a incumplir otra.

Se colocó los anteojos y empezó a digitar sin penas, con la misma tentación que la de Orfeo, con las mismas lágrimas que las Asterión… sin los cojones de Perseo.

Sé que te prometí que no iría a París. Después de esta noche ya no podré ver tus ojos empapados de recuerdos. Espero que no despiertes por el golpe de las teclas… te estoy mirando, estás a tan solo dos metros, en esa camita, en ese colchón vetusto que aún tiene nuestras siluetas dibujadas y que conserva el olor a madera mojada. Huélelo, huélelo mientras ya no estoy, huélelo, pruébalo, derrama tu lengua si es necesario para que te asquees de mi sabor, de mi olor, de eso a lo que le solías llamar amor. Ya no tendrás ni el placer ni la obligación de acurrucarte en mi hombro luego de haber hecho el amor en todas las cavidades de mi habitación, entre la cama y el aparador, de pie frente al pequeño mostrador, en el sillón a rayas que decías te hacía sudar y que por eso siempre querías regresar ahí, de seguir haciendo el amor, de morderme más de veintiséis veces desde mi pecho hasta mi frente. No puedo decirte que no me voy a ir, las cosas nunca salen como yo las quiero, pero las que salen las quiero mucho. Mira cuánto amor derramamos por todos lados. Cada instante entre tecleo y tecleo siento que es un instante que probablemente nunca se justifique, y que probablemente nunca exista, ni siquiera en estas líneas, porque es probable que cuando no veas mi maleta por la mañana y por la tarde mi contestadora de voz de diga que yo ya no existo, no vas a querer leerlas. Tal vez rompas el sobrecito…tal vez lo rompas en este momento, y quizá si en este momento no está roto, esté muy mojado, mojado y salado; como la última vez que sentí tu piel deslizarse y friccionar con la mía. Anoche, con frío, con la garúa estampada en los cristales sin cortinas como si las gotas fueran insectos de una sola familia que se desvanecen por el efecto de la evaporación, tuve miedo. Decirte que otro no te podrá hacer lo que yo te hice es pretencioso, y arrogante, pero es verdad…aunque existe la posibilidad de que sea mejor, pero yo no lo creo. Mis yemas calientes en tu abdomen que levantan tu camiseta y se deslizan hacia tus senos mientras me das la espalda, mientras te contorneas y se te desabrocha el sujetador, mientras te beso el cuello y escucho tus latidos y tu respiración a ritmo de fondista…nunca más todo aquello. El dar la vuelta y sentir tus pezones erguidos contra mi pecho no tiene punto de comparación con la lectura más sublime del mejor poema escrito por el mejor poeta, no se parece en nada a la salvación que hace mucho me prometieron y que dudo llegue algún día. Jamás va a llegar esa salvación, pero creo que luego de esa sensación táctil podría morir tranquilo, eso significa que podré irme tranquilo, sin deberle nada a este mundo y sin creer que me debe algo por las noches o por las mañanas. A estas alturas ya debes haber destruido esta carta o ya debes estar quemando mis fotografías, o quizá no hayas hecho nada de eso y estés agradeciéndome por lo hijo de puta que soy, repitiéndote una, dos, y tres veces que se te acabó el calvario con este hombre de mierda, que qué bien que ya se fue, que un tipo que te deja una carta en la mañana luego de haberte hecho el amor por la madrugada es un tipo cobarde, mediocre y muy miedoso para enfrentar el reto más grande del que puede participar una persona: el de ser feliz. Perdón, nunca te olvidaré, no dejes que tu cerebro interfiera en tu corazón…y viceversa, porque un corazón se rompe solo cuando existe existen dos individuos. Ahora ve, ve y hazle el amor a otro tipo, pero que esta vez sea menos cobarde y, si es preciso odiarme, ódiame, odia con la misma pasión con la que alguna vez me dijiste te amo”.

Cogió un sobre, introdujo el papel y lo selló con un beso. Se levantó sin titubear y desapareció como Eurídice.