sábado, 18 de diciembre de 2010

My dear diciembre



Recuerdo aquella tarde de prolongado crepúsculo rojo en la que leí la historia del patito feo. Mamá tenía fama de empollar huevos majestuosos de los cuales salían los especímenes más bellos, pero ese día en que el patito feo emergió del séptimo huevecillo, fue despreciado y luego ignorado. El patito tuvo que salir de su corral natal y se fue. Esta historia para niños es un homenaje a los más serios problemas psicológicos de los adultos: se termina feliz luego de que alguien –uno mismo- se da cuenta de que se puede encontrar felicidad, buenaventura, regodeo, regocijo, complacencia y otros sinónimos más en algo que apartamos y rechazamos pues es o bien el causante, o bien el desdichado al que le podemos echar la culpa de cualquier situación (para no echárnosla a nosotros), como el mes de diciembre.

Empiezo a escribir estas líneas con la idea de no colaborar en el perecimiento de este espacio, y también porque es diciembre. Este mes es como mi patito feo, lo quiero mucho, pero cada vez que volteo y lo observo, veo reflejado en él un poco más de mi condición de humano. Aquí el daño se hace más prístino pues, aunque algunos nos neguemos a querer llamarle “el mes familiar”, sí que lo es. Mi diciembre-patito-feo es como la laguna en la que se refleja la pequeña ave pues me hace verme con todos los defectos que podría tener, tanto los que fui dejando en el camino como los que recogí de él.

Es la segunda vez que le escribo a un mes (o “por un mes”) ya que el año pasado también dibujé un texto llamado Diciembre y abril, que está en este mismo blog, y ahora veo que un año puede significar mucho en la vida de alguien, me hace pensar en cómo serán los años para un preso ¿O es que para ellos son como contar días o simplemente se reducen a marcas en las paredes? No se confundan, aún me siguen disgustando las navidades pues gasto más dinero en llamadas telefónicas que en cualquier otra época del año, se me da por hacer las paces con ellas y por oler el humillo de los cohetes que adornan las ciudades.

En el epílogo de este año soy consciente, un poquito más, que amé, que me hice más hombre y más humano, que es probable que nunca aprenda a tocar un instrumento musical, que no es bueno robar pero que solo me lo permito hacer cuando se trata de libros y besos. Me es imposible hacer un balance del año, pues aún no quiero escribir esa novela, pero sí que fue una buena mierda, sí que jodió, jode, y jode bien (como el ser humano).

Te recuerdo, y a ti también, y a ti más, y a ti…definitivamente a ti también te recuerdo, y lo seguiré haciendo cuando diciembre se extinga, pero es hoy cuando te recuerdo más, cuando huele a vacaciones, cuando se percibe el perdón de ninguna culpa y cuando quiero volar.

Un amigo que murió antes de que yo naciera me dijo una vez que lo mejor que puedo hacer es no volver a escribir una línea, que en vez de eso trate de vivir todas mis historias, y que si no puedo pues que las escriba, y que si no puedo vivir alguna pues que entonces las escriba con mayor ímpetu... “pero siempre opta por la primera opción”, eso dijo. Y entonces vi a otro amigo al que no le hacía falta escribir ni inventar, y me di cuenta que no era yo.

El patito feo se convirtió en un precioso y elegante cisne, el más bello de todos y se quedó así para siempre. Prefiero decir que se quedó así para siempre y no que vivió siempre así, porque tengo la esperanza de que no muera jamás.

Leonardo