sábado, 18 de diciembre de 2010

My dear diciembre



Recuerdo aquella tarde de prolongado crepúsculo rojo en la que leí la historia del patito feo. Mamá tenía fama de empollar huevos majestuosos de los cuales salían los especímenes más bellos, pero ese día en que el patito feo emergió del séptimo huevecillo, fue despreciado y luego ignorado. El patito tuvo que salir de su corral natal y se fue. Esta historia para niños es un homenaje a los más serios problemas psicológicos de los adultos: se termina feliz luego de que alguien –uno mismo- se da cuenta de que se puede encontrar felicidad, buenaventura, regodeo, regocijo, complacencia y otros sinónimos más en algo que apartamos y rechazamos pues es o bien el causante, o bien el desdichado al que le podemos echar la culpa de cualquier situación (para no echárnosla a nosotros), como el mes de diciembre.

Empiezo a escribir estas líneas con la idea de no colaborar en el perecimiento de este espacio, y también porque es diciembre. Este mes es como mi patito feo, lo quiero mucho, pero cada vez que volteo y lo observo, veo reflejado en él un poco más de mi condición de humano. Aquí el daño se hace más prístino pues, aunque algunos nos neguemos a querer llamarle “el mes familiar”, sí que lo es. Mi diciembre-patito-feo es como la laguna en la que se refleja la pequeña ave pues me hace verme con todos los defectos que podría tener, tanto los que fui dejando en el camino como los que recogí de él.

Es la segunda vez que le escribo a un mes (o “por un mes”) ya que el año pasado también dibujé un texto llamado Diciembre y abril, que está en este mismo blog, y ahora veo que un año puede significar mucho en la vida de alguien, me hace pensar en cómo serán los años para un preso ¿O es que para ellos son como contar días o simplemente se reducen a marcas en las paredes? No se confundan, aún me siguen disgustando las navidades pues gasto más dinero en llamadas telefónicas que en cualquier otra época del año, se me da por hacer las paces con ellas y por oler el humillo de los cohetes que adornan las ciudades.

En el epílogo de este año soy consciente, un poquito más, que amé, que me hice más hombre y más humano, que es probable que nunca aprenda a tocar un instrumento musical, que no es bueno robar pero que solo me lo permito hacer cuando se trata de libros y besos. Me es imposible hacer un balance del año, pues aún no quiero escribir esa novela, pero sí que fue una buena mierda, sí que jodió, jode, y jode bien (como el ser humano).

Te recuerdo, y a ti también, y a ti más, y a ti…definitivamente a ti también te recuerdo, y lo seguiré haciendo cuando diciembre se extinga, pero es hoy cuando te recuerdo más, cuando huele a vacaciones, cuando se percibe el perdón de ninguna culpa y cuando quiero volar.

Un amigo que murió antes de que yo naciera me dijo una vez que lo mejor que puedo hacer es no volver a escribir una línea, que en vez de eso trate de vivir todas mis historias, y que si no puedo pues que las escriba, y que si no puedo vivir alguna pues que entonces las escriba con mayor ímpetu... “pero siempre opta por la primera opción”, eso dijo. Y entonces vi a otro amigo al que no le hacía falta escribir ni inventar, y me di cuenta que no era yo.

El patito feo se convirtió en un precioso y elegante cisne, el más bello de todos y se quedó así para siempre. Prefiero decir que se quedó así para siempre y no que vivió siempre así, porque tengo la esperanza de que no muera jamás.

Leonardo

domingo, 26 de septiembre de 2010

Para ti

Esta entrada va para la mujer de mi vida. Feliz cumpleaños, mamá. Te extraño.

Mamá, yo quiero ser de agua. Hijo, tendrás mucho frío. Mamá, bórdame en tu almohada. ¡Eso sí! ¡Ahora mismo!

Federico García Lorca

Para no dejar de juguetear con mi ego y ver el anverso de todas las situaciones que me ocurren, comenzaré con un “Yo te extraño”. Este 26 de septiembre es curioso debido a que es tu primer cumpleaños que yo paso solo. Para cuando leas esto probablemente estés en las cabinas del tío Víctor, y Marvín te haya ayudado a acceder a esta página debido a tu desinterés por algunas tecnologías, que yo tanto envidio (Y es que así se vive más feliz).

Es curioso la forma en que uno reniega con alguien cuando lo tiene delante de los ojos, o con la oreja pegada al auricular, sí, qué curioso, pero al menos al recibir una respuesta a ese estímulo, sabemos que ese alguien está ahí. Probablemente estuviste en casa de la tía Nancy, comiendo al lado de la pileta y tomando un par de cervecitas heladas, con el sol pegándote en la cara pero bien abrigada por la temperatura que abraza La plata. Debes haberla pasado muy bien junto a la abuela que te fue a hacer compañía por unos meses, junto a Juan, a la familia que se reunió para darte palmaditas en la espalda y recordarte que ya son cuarenta y (¿). Jolgorio, regocijo, felicidad por todo lo alto y muchos recuerdos.

Tu hijo ya creció. Ya creció e hizo y viene haciendo con su vida lo que le place. Han pasado tantos años desde esas resondradas en la sala (el cuarto, la cocina, “limpia tu cuarto”, “no llegues tarde”, “estudia”), desde los jalones de las orejas que hicieron que crezcan un poco más de lo que la naturaleza planeó, de las correteaderas con el chicote que guardabas detrás de la refrigeradora (un lugar muy original), de cuando me hacías poner un sombrero y bailar como Michael Jackson en la sala, de la vez cuando tenía seis años y le pegué a Joao y su mamá la “Muñeca” te fue a dar las quejas, de la vez que me fuiste a buscar a una fiesta de quince porque me había pasado de la hora, o del día en el que, mientras jugaba y derramaba testosterona con mis amigos, saliste al Correo y me dijiste “Leo, y son las seis, entra a bañarte porque vamos a llegar tarde al cine para ver la película de Salserín” (Gracias por eso mamá, tuve que ir a terapia).

Estoy observando una fotografía donde estoy a tu lado con no sé cuántos años, quizá meses de nacido, probablemente tú ya tenías 20, en el jardín de mamama, y yo en mi cochecito rojiblanco bien patriota como siempre. Parece ayer aunque no lo recuerdo, ya que mi primer recuerdo es de cuando tenía 3 años y bajé a la cocina para estamparme contra una triste realidad: me habían quitado el biberón y había que aprender a tomar en taza.

Ha pasado el tiempo y ambos hemos cambiado mucho desde esa foto, pero nunca has dejado de quererme. Quizá hemos pasado épocas difíciles y sí que las vimos negras, pero nunca bajaste los brazos, ya que con todo y frustraciones, peleas, problemas y desorden, seguiste yendo pa’ adelante.

Gracias por aceptarme tal cual soy (Soy el único que tienes así que no te quedó otra, es broma). Quizá no tenga el corte de “mejor hijo del mundo” o “adorador de su madre que la pone en un pedestal”, pero sabes que sí estás primera en la lista de mis mujeres importantes y de mis personas importantes, y jamás irás a parar a otra posición. Buena decisión la que tomaste de decirme las cosas siempre como me las tuviste que decir. Te extraño mucho todos los días, y esto es difícil. Aprendí a hacerme adulto en compañía de mis libros, la vagancia, mis amigos, mis experiencias horribles y malas. Hay cosas de las que no estoy orgulloso, pero no me arrepiento de alguna. En la vida hacemos idioteces que nos enseñan, quizá dañamos personas en el camino, pero quiero que sepas que nunca con intención, que tengo manchas en el papel de mi existencia, pero que no crecí mal, que soy un tipo leal gracias a lo que papá y tú me enseñaron desde siempre y que, aunque sea frío por momentos, nunca dejaré de pensar que no pude salir de alguien mejor que tú. Te veré pronto. Te amo.

Feliz cumpleaños, mamá.

"Mi mamá dice que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes qué te va a tocar."

Forrest Gump

domingo, 12 de septiembre de 2010

Sobre la noche, lo bizarro, la música y las personas gramaticales

En una reivindicación con las palabras, con un abrigo gris entre rata y burro, entre cannabis y Pall Mall rojizo, luego de un día de tallarines a la pimienta, mucha vida, dos sonrisas y una ceja levantada, entre todo eso, sigo oyendo parlamentos incomprensibles para los de lentes alargados.

Nietzsche, al decir que la vida sin música no tiene sentido (y no lo cito, lo utilizo de manera indirecta –porque lo utilizo al igual que otras tantas cosas-), utilizaba sus últimos suspiros para creer. Sin desesperanza, solo, entre estos muros pintarrajeados y azules y gruesos como un chorizo, sonrío, sonrío luego de haber olvidado llamar a un amigo por su cumpleaños; él entenderá “Si el amor conforta, lo demás no importa”, dice un verso de esa canción que, en algún momento, logró atrapar un par de mis lágrimas.

La noche en Lima fue luminosa, plagada de sueños y besos, sin mentiras ni flagelaciones. Algunos taxis muy distintos: Coupé blanco, Station Wagon amarilla, Daewoo negro; y también un bus verde y rojo, danzando entre callejuelas, portando un par de cabezas con muchos planes y una a la que ya se le están borrando.

Lo bizarro transcurre cuando el ex novio de la muchacha con la que sales te la deja como un testimonio en una carrera de postas, te la alcanza como un pedazo de lomo en una bandeja y observa con pena como se alejan caminando uno al lado del otro; y luego, esa mujer que ahora es la ex novia de alguien, y tú, llegan al lugar donde llega tu ex novia con un tipo al que tú jamás se la hubieras entregado como un testimonio, ni como una encomienda, ni siquiera como una cerveza, definitivamente jamás como una cerveza. Y se presentan todos entre sí. Ex novio se topa con ex novia y saluda con un beso en la mejilla. Ex novio saluda al novio con un apretón de manos. Ex novio presenta a chica con la que sale a ex novia. Ex novio presenta a chica con la que sale a novio. Un ritual generalizado que deja los cachetes de baba, que pone a prueba tu estoicismo.

Verla a los ojos es todo lo que necesito para completar mis días (¿De la ex novia o de la chica con la que sales?) ¡Dejá de hacerte el pelotudo con los chistes de ex novias!

Pasajera en trance. Recuerdo haber escrito un texto llamado “Pasajero en trance”, que probablemente encuentren más abajo al deslizar el cursor o en las siguientes páginas. Grandes Pedro y Charly. Ahora “Yo quise el fin no había más, yo quise más no había fin”, frase de la canción Tu amor, también de Pedro y Charly. Realmente es el inicio de la canción, y se la acabo de pegar en la ventana de la chica con la que salgo.

Las noches huelen diferente con el paso de los años. Las calles ahora se inclinan poco y las miradas se ponen más alerta dentro de una ciudad que se enfría. Tú andas completamente igual a como te dejaron hace 5 años, no has cambiado nada, ni te creció el cabello, ni aumentaste el peso, ni leíste más libros, ni probaste más drogas o te fumaste incontables cigarrillos, no. Tú andas exactamente igual y lo que cambió fue la ciudad, fue la noche, que anda más lila que de costumbre, que parece durar menos, que te incita tanto como un demonio con el que me identifico.

¿Creerá que la quise usar? Si su alma dice lo mismo que sus ojos, sé que no lo cree (en el fondo quizá un poco, pero aún así lo acepta), sin embargo depende de mí si le creo cuando me dice que sí me cree. Usar, no. Vivir, sí. Supongo que lo bizarro no solo me chantajea a mí, a ella también. Si cambiamos al ángulo inverso es: ex novio que me acompaña donde el chico con el que salgo porque no quiero que sea mi novio, y que me llevará a un lugar donde conoceré a su ex novia y a su novio. Después, en la esquina derecha, ex novia y novio bailando y besándose, al otro lado, chico con el que salgo jodiendo por un beso y jaloneándome de vez en cuando. Siendo un tonto al no querer decirme ciertas cosas en las que sí lo entenderé, como cuando me pregunta si su papá estaría orgulloso de él. Beso para él ¿Contento? No era para estar contento, era porque no te había besado en toda la noche y porque besarse en público te molesta, porque no somos novios (¿Ves que hay diferencia?) (Pequeña broma) Igual rompiste con una barrera cuando te es difícil controlar tus labios (sabes de qué hablo). Sí, lo hice.

La música se volvió un estado consciente del que no me canso. La noche sigue su curso por los rieles de mi vida y otras millones de vidas más. Tiene más polvo, más fantasmas, cambia, sé que es ella la que cambia y no yo. Yo estoy igual solo que al cambiar la noche me devela nuevas puertas y me revienta trompetas en los oídos, nuevas personas, nuevos genios. Lo bizarro me lo busco yo. No hay vida normal. La chica de las cejas y ojos grandes sabe que no. Que ha sido una época bizarra y lo seguirá siendo: que se trascendió la usanza y se llegó a la vivencia.

Gran chullo montado sobre la escoba con el aroma adictivo del café y los cigarrillos… impresos en una piel indomable.

sábado, 31 de julio de 2010

Cómo escribir una historia de amor en una carilla


Si no has determinado en qué formato empezarás con el trazo de las palabras, sencillamente, no podrás escribir ni siquiera la historia de tu día. Aprende a diferenciar entre el uso de la máquina de escribir, del ordenador y de la pluma. La muñeca llevará la ilación de la historia, sin muñeca (ya sea que produzca meneos circulares o verticales y punzantes -es la muñeca ese arco de entrada al pueblo de la existencia. La autopista que conecta la aldea de las ideas con el pueblo de la existencia nace entre la mandíbula y el cráneo, debajo de la orejas, y recorre desde el hombro haciendo una pequeña pausa en el codo, el último impulso lo toma en la recta del antebrazo-) no hay historia.

Una vez llegado el momento, después de que sepas en qué formato vas a escribir, levántate del asiento (y si no estás sentado, como Víctor Hugo, pues siéntate), busca algún recuerdo que hayas atiborrado entre las cosas que no pensabas volver a ver, quítale el polvo con la yema de los dedos y recuerda las circunstancias exactas en que lo hiciste tuyo. Empieza por saber quién te lo dio, y termina por saber por qué lo guardaste para no verlo más. Si no fumas enciende un cigarrillo para al menos sentir ese sinsabor entre los dientes y la lengua, si la degustación es más fuerte que tú, deja el cigarrillo a un lado; si eres fumador, acábalo, de cualquier forma te hará recordar que cualquier acción, por más pequeña, te cambia.

Si pensaste en magnas tragedias, en largos viajes, en amores que vencen la barrera de la eternidad, de la muerte, del odio infundado por las familias, del engaño y el olvido, del fracaso y el perdón, y crees que puedes escribir la historia de amor más grande jamás expuesta, pues olvídalo. En una carilla, no se puede, a menos que hayas aprendido a amar antes que a escribir. Quien murió y aprendió a amar se acercó a aquello que algunos llaman sentido de vivir.

Aprende a aborrecer a uno de los protagonistas de tu historia, para que puedas amar al otro. Pelea con uno de ellos, a ver si te gana la partida y logra sobrepasar a la única persona que puede determinar cómo va a concluir esa historia: el escritor. Si el amor del protagonista deambula esas intensidades, y te pone un cuchillo en pro de su libre elección, debes aprender a dejarlo ir con quien más ama ¿Cómo hacerlo en una carilla? Golpea cada tecla o dibuja cada letra con cariño, si eres una dama imagina que tienes en los brazos al pequeño mientras se alimenta de tu seno, si eres un caballero imagina que tienes en los brazos a la dama que alimenta al pequeño, si eres un hijo de puta llora y golpea un par de veces la pared (sin lastimarte los nudillos) por aquel amor que ya se fue, por aquella culpa que ni una acción o un libro saben desechar.

No maquilles una historia que puede ser perfecta con sus defectos. No la llenes de adjetivos burdos y sinónimos que arman un rompecabezas ni cites frases de cartas de amor que jamás te atreviste a mandar. Pon una canción muy pesada. Marca dos veces el número de una ex novia y, si contesta, dile hola, ya no te extraño, marca una vez el número de un ex amante y dile que lo quieres y lo verás dentro de una o dos noches, así les estés mintiendo a ambos.

Si pudiste escribir una historia de amor en una carilla, después de hacer todo lo leído, llámame... porque yo aún no puedo.

miércoles, 14 de julio de 2010

Orgulloso de sus amigos



La primera entrada del mes de la patria, del mes de la finalización del Mundial y del último de los pronósticos del pulpo Paul, del calateo con caché de Larissa Riquelme, del nombramiento del nuevo entrenador de la blanquirroja (Vamos, Sergio), del mes de vacaciones universitarias y escolares, el que trae aguaceros sin lágrimas y follaje, hojarasca y ramaje desordenados y ventosos.

Son casi las cinco de la mañana y aún, gracias al húmedo invierno, faltan horas para que aclare el día. Desde el último post me he dedicado a escribir y leer mucho, aunque me he dado cuenta que aquí no puedo publicar esas líneas que de simpáticas tienen muy poco (por momentos). Mis cuentos los guardo para mí –por ahora-, los únicos tres poemas que escribí también quedarán sepultados entre los escombros de papel que decoran cochambrosamente mi pieza.

Esto se lo dedico a mis amigos que, considero, van camino a ser grandes hombres. El orden es aleatorio y no tiene nada que ver con algún tipo de jerarquía sentimental o considerativa.

Flaco, enjuto y corajudo. Fabricio Escajadillo, siempre recordaré aquella frase que desasna al hombre que se aventura por la vida: “No hay amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”. Estoy tan orgulloso de ti que nunca dejo de ver tus reportajes en canal 2 (así como no dejaba de leer tus notas en el diario por más aburrido que fuera el tema) Eres un gran fulano, describirte estaría demás. Algunos piscos, algunos porros, tantos cafés y largas caminatas. El pecho se me infla cada vez que digo “Ese es mi amigo, el que entrevistó a Markarián, el que sabe mucho y me recomendó tan buenos libros. Escribe muy bien y no es ningún pedante, como dicen algunos por ahí”. Qué suerte tengo, viejo. Eres un grande.

Alfredo (Alonso) Ponce. Vampi. Siempre dije que eres un tipo mucho menos malicioso de lo que yo soy. Vanessa ha tenido suerte de encontrarte. Te conozco desde que tenía recortables y aprendía a saltar las tres gradas en patines. Ahora eres todo un señor comunicador que está a punto de dar a luz a su productora. De tu parte nunca me faltó un abrazo, un poco de compañía o un chaufa del Chany. Siempre estaré orgulloso de ti y de haber conocido a alguien con quien fui por primera vez al estadio de Matute a ver un Alianza-San Agustín (Tribuna Oriente, 3 -1 triunfo blanquiazul). Gracias.

Manuel Aquije. Pastelero, drogadicto y fumón. No eres ninguna de las anteriores, lo sé. Mi amigo el papá, el tipo que tiene mi edad y que ya debe transmitirle todo lo que sabe a un enano de 5 años (Yo estaría volviéndome loco para ser honestos). Mi casa es mi casa y tu casa…también es mi casa. Me pasé casi dos años durmiendo un promedio de tres veces por semana en aquel cuarto de la computadora, luego de llegar de ya sabes dónde. Compartimos muchos vasos de whisky y cerveza viendo videos en línea y pensando lo molestas que son nuestras novias. Eres un tipo de gran corazón y de buenas intenciones.

David Lazarte. Qué tales huevos (de manera figurativa) Se ha comido más de una desaprobación, pero aunque no te defendí cuando el loco lava carros te sacó la mierda debajo del edificio, siempre te voy a querer por tener esa determinación que ya quisiéramos algunos. “Me voy a casar”, estás loco; “Está embarazada” , eres un imbécil. “Me voy a Arequipa”, eres un homosexual; te dijimos cosas que quizá a otro hubieran hecho desistir, pero tú sí que le diste con furia para adelante. Nunca te olvides de eso, tienes un aplomo muy jodido y siempre una sonrisa, aunque a veces te largues a dormir tan temprano y seas un cachorrito jugando póker. Grande Pa….to.

Chiki. Jano. Alejandrito. Alejandro Avilez. Mi hermano blanco, quizá si busco una explicación dialéctica o filosófica, e incluso sociológica, de por qué somos buenos amigos, no la encuentre. Pero en otros términos sabes que somos como uña y mugre. Si me están matando a las 3 de la mañana en Chaclacayo y te llamo a pedir ayuda, y tú estás en el Callao, sé que vas a ir sea como sea: lealtad. Honor. Estoy muy orgulloso de ti por miles de cosas, tú sabes bien por todo lo que pasaste. Han sido episodios feos que te han fortalecido. Quizá la vida no siempre se presente con los rayos del sol impresos, pero nunca es de noche para siempre. Ese día en que me elegiste para jugar fútbol en tu mismo equipo…ese día marcó otros miles de días en el que siempre te protegí. Jamás dejaré de hacerlo.

Otro flaco, siempre flaco, siempre alegre y putañero, cagón con sonrisa y muy honesto, vicioso como yo y jodidamente inteligente y culto. Ricardo Claret. A ti te debo un gracias gigante que ni muchos vinos podrán pagar. No creí poder conocer amigos de verdad a esta edad tan avanzada (Tus amigos los haces hasta los 12…16 con suerte, 18 si es que tienes plata), pero cómo es la vida de misteriosa y disimulada, fantástica, borgiana y surrealista (y bizarra). Gracias a ti no me volví loco, encontré a alguien lo suficientemente elocuente para manipular y direccionar mi cerebro y parte de mis emociones. Con buenos vicios y gran talento. Vas a ser un gran hombre (si es que ya no lo eres). Siempre será un privilegio compartir un habano contigo. Ando tremendamente orgulloso, mi hermano.

Todo esto es culpa tuya, Damián, tú y tu plan de mierda. Pervertido, caviar, revolucionario de café y soñador de realidades utópicas. Ese es mi amigo, el que algún día será presidente y, o bien se olvida de mí, o me manda de embajador a Francia o me regala un Ministerio de Cultura que aún no existe. De los mejores guitarristas que alguna vez oí, de los tipos más cultos (pese a su juventud) y con mejor gusto musical que conozco. Eres un persigue púberes, parvulitas que esperan un desfloramiento natural pero que tú tienes la necesidad de acelerar. Algún día viviremos en un cuarto digno de ratas y borrachos en París, solo para ir a La Sorbona o tomarnos un café Les Duex Magots, donde alguna vez Sartre y Hemingway supieron organizar tertulias macanudas.

Yo nunca prometo nada que no pueda cumplir, y ustedes ya conocen mis aficiones por el oficio de la pereza. Pero esta vez prometo escribir un segundo, un tercer y cuanto post se tenga que escribir para complacer a aquellos amigos que no están aquí y que saben que también estoy muy orgulloso de ellos, aunque a veces los tilde de maricones, extremistas, capitalistas, rojos y vagos.

Es un privilegio conocerlos. Gracias a ustedes, en gran medida, soy quien soy en este momento. Luego de las diferencias, las peleas, las carajeadas, los llantos, los cigarrillos y las puteadas, puedo decir que se puede calificar a un hombre de exitoso de acuerdo al grado de lealtad y amor que le tengan sus amigos.

“La vida es como una pieza teatral, no importa cuánto haya durado, sino cuan bien haya sido interpretada”

Séneca

jueves, 17 de junio de 2010

Los encededores extraviados


(Ejercicio del escribidor pelmazo)

La paciencia ultraligera que se destruye con las sábanas en un entrecruce matrimonial carece de virtudes, mientras los encendedores, que carecen de GPS, nos dejan sin porros y sin visiones (También sin cigarrillos, pero esos sí están permitidos encenderlos con el pequeño cirio del altar de las abuelas).

¿A dónde se van todos los encendedores luego de una noche en un bar? Por las madrugadas se tiene, al menos, un encendedor por bolsillo y otro en la chaqueta. Si no se fuma, igual se tiene uno ya que, este pequeño artefacto que cuesta entre 50 centavos y 50 dólares (y que siempre persigue la misma finalidad –o medio-) es el pasaporte para algún abordaje. En algunos casos pasaporte guinda, en otros azul, marcando la misma diferencia de los 50 dólares y 50 centavos.

Al llegar a casa, luego de una jornada que pudo ser agitada o sosegada –depende el encendedor-, y luego de quitarnos la ropa, se piensa en dormir o en leer. Sea cual fuere el caso, en algún punto pegamos el ojo. Al despertar se camina tambaleante hacia los purillos que quedan de la noche anterior y se busca uno de esos encendedores que reposaron en los bolsillos, resultado: no hay alguno, no hay ni para encender la vela en el altar. Hay calcetines voladores, libros, remeras o camisas ennegrecidas, películas (de cámara y de cine) polvorientas, pero ya no queda ni un encendedor. Ni siquiera podríamos pillar a un duende llevándoselo porque ya nos asaltaron mientras babeábamos.

Una tierra de un nunca y dos jamases

Quizá salieron volando por la ventana. James Matthew Barrie imaginó ventanas y techos londinenses en donde caía un niño huérfano y secuestraba hermanitos para luego llevarlos con otros huérfanos y así hacerse compañía todos juntos mientras se contaban historias anhelando mamás que jamás los olvidarán. Un pirata traumado y un hada enamorada completaban el escenario, pero tengan en cuenta que aquí se habla de niños, no de encendedores.

Es complejo concebir que los encendedores se van a un lugar donde los de 50 centavos coexisten en paz con los de 50 dólares, quién sabe, quizá existe un sistema imperfecto donde unos sirven a otros, donde los de color que dejan ver su gas están sometidos a aquellos que llevan marcas en el lomo y que no tienen la cabeza descubierta. Hay otros que tal vez formen parte de las fuerzas del orden, unos que son color plata y que brillan ante cualquier luminosidad. En la tierra de un nunca y dos jamases los encendedores se encienden solos. De vez en cuando vuelven a las habitaciones de donde salieron en busca de bencina y algunos para huir de la tiranía del Zippo mayor.

O se van allá o se van con algunos duendes. Dicen que los encendedores son valorizados entre algunas especies de gnomos y duendes, ya que en algunas aldeas que están al interior de las nubes oscurece muy rápido durante las tormentas, y como no están dotados con un sistema de fluido eléctrico se sirven del fuego portátil para no perecer durante la penumbra.

Un encendedor funciona como funcionan algunas relaciones: si lo conseguiste en alguna esquina por un precio muy bajo y lo extravías, consigues otro sin preguntar de más; si es especial y te demandó cierto esfuerzo en obtenerlo, luchas para encontrarlo y que no se eche al olvido (o se vaya con un pequeño hobbit).

lunes, 31 de mayo de 2010

Dardos


Saltitos de Sabina a Foo Fighters y a la canción de mi amiga Pamela Rodríguez, a la que aún no le conozco el rostro. Solo tiene una fotografía de su mejilla y su lunar que acompañan a un bebé arropado y soñoliento, y con la que me quiebro la testa pensando en si será o no será ella.

Tengo que disculparme con mis lectores oficiales, con aquellos que pasan como el cartero, te dejan algo y luego se van, también con los que se apuntaron como seguidores y no pasan nunca (también los quiero mucho, porque si no entran eso quiere decir, quizá, que están haciendo cosas más importantes…y me alegra) No publico desde hace más de un mes. Desde esa Crónica de una muerte anunciada que no me llegó a fulminar, que me trajo desde el hades, a diferencia de Santiago Nassar que se quedó jugando a los naipes con Bobby Letts.

Trátame suavemente. Me ha tocado vivir un mes convulsionado, lleno de taras y vicios que quizá se hayan llevado un año más de los que me toca vivir, pero esta vez no se los voy a contar porque queda para mí, y probablemente para aquellos buenos amigos con los que supe compartir habitaciones, bailes, piscos, humos…

No he ido al cine. He estado escribiendo como un afiebrado. Me entrevistaron por primera vez para un estudio que un amigo publicista está realizando, una cosa así como “Bloggers universitarios”… una de esas cojudeces. Pero a mi amigo se lo agradezco mucho, aunque yo prefiera estar del lado del entrevistador y poner en aprietos al borreguito parlanchín que me cuenta y me cuenta. No solo me he dado cuenta sino que he decidido tajantemente que no me gusta ser entrevistado, no por razones lógicas ni astrológicas, sencillamente porque sudo y, aunque lo disimule muy bien, tengo esa misma sensación que cuando en la primaria me preguntaban acerca de una tarea que no había hecho.

Y para escribir hay que leer y quitarse el traje de “escritor”, “escritor joven”, “blogger”, y “blogger que busca impresionar a una vecina de mi barrio adicta a estas cosas y que a partir de ahora espero empiece a mirarme de una manera diferente” Citando la bajada del blog Hojas de vida de Heduardo (Ese broder de los dibujitos en Perú21). Así que este mes me la pasé viviendo, leyendo y escribiendo.

Cerati se jodió por fumón y no fui a su último concierto. La tía Lori salió y se quiere ir para gringolandia. Cipriani sigue jodiendo con el tema de la PUCP. Bayly sigue haciendo propaganda todos los domingos a las 10 en Frecuencia Latina. Alianza y la U fueron eliminados con ¿dignidad? Mi amigo David está más gordo. Mi amigo Alonso está más flaco. Mi amiga Licia jode y jode con que postee. El Estadio Nacional sigue en construcción. La avenida Aviación sigue en destrucción. Se acaba una temporada más de The Mentalist. Mi abuela aún no se fue de viaje así que no ha contribuido con el crimen de dejarme casa, comida y sueldo sin trabajar. El Metropolitano…ya para qué les digo. De Nayarit…(El Metropolitano…ya para qué les digo).

Te he escuchado cantar y tienes una voz envidiable, muy bella. Me has cautivado con Me estás sintiendo, y no es un saludo protocolar ni una felicitación política, la he oído cuatro veces en la última media hora. Muchas gracias por aquel premio, déjame contarle a esta sarta de galifardos de lo que estoy hablando.

Muchachos y muchachitas, disculpen por lo de galifardos, es una pequeña broma matutina. Hace un par de días recibí un premio muy bonito, una amiga (gran poeta y música) me galardonó con el “Dardo y blog de oro” (La fotografía del inicio). Esto no colinda con mi vanidad ni mucho menos con mi ego –mi vanidad se encuentra en otros ámbitos, rara vez la encontrarán en la literatura-, sino con saludar un gesto que me ha llenado de alegría y que me permite cumplir con esa regla no escrita a la que aún no falto: sonreír por lo menos una vez al día.

Queridos lectores, esta es la segunda vez que me disculpo por la falta de constancia y asiduidad en mi ritmo de publicaciones…es la segunda, pero no la última. Desde esta pequeña bitácora, este furtivo escondite de pitufo, les mando un gran abrazo. Enamórense de ustedes mismos, yo trataré de hacerlo todos los días aunque me caiga y me tenga que levantar con el rostro lleno de barro y los nudillos rojos y destruidos. Es solo un consejo de patas (como cuando el cabezón Peredo le dice a José Carlos que vaya al área).

“Soy un escritor que habla de cervezas y bebe libros, que no tiene miedo de contagiarse de locura…o de amor”

jueves, 8 de abril de 2010

El príncipe y los románticos

Para los que alguna vez oyeron esta canción alguna noche calurosa de navidad, alguna tarde de rayos amarillos de catorce de febrero –aunque a algunos no nos gusten demasiado ni el calor ni los catorces- ,o en algún capítulo de El príncipe del rap cuando Will y Jazz se pelean y luego tienen que redescubrir su amistad.

No hay nada como estar sentado en la banca de algún parque que parece haber envejecido mientras se oye una canción de Dean Martin, mirando un atardecer que ya otros han visto y que ha sido mencionado en más de un terceto o una estrofa. Personas que imaginan quizá nacieron en el tiempo equivocado, que son hombres o mujeres de otra época, para aquellos que creen que las leyes de un país deben ser éticas y no morales. Quienes creemos –quizá de manera equívoca- que los problemas más complicados no se resuelven con un fajo de billetes, sino con un abrazo y un beso en la frente. Para los que no se atreven a planear estrategias para acercarse a otro y estrecharle la mano, y más aún para los que creen que la otra persona tampoco formula alguna jugarreta pícara detrás de sus sienes al devolverle el saludo. Los románticos (Entiéndase por romántico a aquel que tiene ideales, principios, ideología, creencias y un alma noble que se desliza dentro de sí desde la mañana hasta la otra mañana, que sufre y que se entrega a las garras de la realidad porque no le queda otra que seguir los designios del albur para no morir; y no aquellos que portan canciones del guatemalteco en su reproductor y no saben regalar otra cosa sino osos de felpa) han muerto. Y si no, están escondidos en cuevas y caminan temerosos y se escudan en armaduras de titanio y en risotadas estridentes. Every minute, every hour, for someone like you. Los que nos escondemos pérfidamente. Aquellos que escuchan sus propias voces en los que la sociedad tilda de perturbados y orates, para los que no venden sus piernas ni sus plumas (ni siquiera su afinidad al chiquero capitalista ni a la piara compuesta de mercantiles). Para los que se aguantan un hijo de puta por una causa justa. Y para los que conviven día a día con sus demonios por creer que aún no se han hecho de las armas que los puedan liquidar. Para entenderlos a todos ellos solo hay que asumir una culpa…la culpa de saber que somos humanos, por lo tanto libres, por lo tanto errantes, por lo tanto hirientes, por lo tanto bípedos, por lo tantos caminantes, por lo tanto…por lo tanto… Every boy would find what i’ve found in your arms.

Un abrazo a todos ellos, y a los otros... uno más grande.

lunes, 29 de marzo de 2010

Pasajero en trance


A los lectores

Este pequeño manifiesto, al igual que la canción del maestro Charly García, me persigue ya desde hace algún tiempo. Aunque mi gran amigo, el escritor y reportero de Frecuencia Latina, Fabricio Escajadillo, me diga que los textos en primera persona son parte de una cultura pop y que el yoismo se está colando en nuestras plumas –apreciación que comparto plenamente-no puedo evitar hablar de mí en este texto.

Me he ausentado diecinueve días de este blog, y quizá catorce de las oraciones, de las figuras literarias y de los cuentos. Sin excusas baratas: no es que no haya tenido tiempo por los quehaceres de la universidad…eso no me quita mucho sueño a decir verdad. Sin embargo, este tiempo de ausencia no ha sido gratuito ya que tuve una recaída con el tema de la gastritis, lo cual desembocó en un par de días encerrado en la oscuridad de mi pieza y con una fiebre de infante. Durante unos días dejé el cigarrillo, quizá durante un par, y los días en que fumaba no pasaban de ser uno o dos rubios.

Me he embarcado en la aventura del olvido y de la superación. Si bien han pasado casi dos meses desde que mi novia me dejó, y que tardé relativamente poco tiempo en decir “voy a curar mis heridas” ,sé que estas aún no sanan, pero qué puedo hacer. Todos tenemos fantasmas y demonios que combatir, y con los cuales convivir porque ya se instalaron y ya se volvieron invasores del arenal en el que planeamos construir la ciudad de nuestras vidas. Nuestra propia metrópolis de la trascendencia. Todos guardamos secretos y a todos nos duelen los golpes, ya lo dijo Buda “el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.

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Hace semana y media fui a visitar la tumba de mi abuelo luego de casi seis años desde el día de la inhumación. Perder a mi abuelo fue probablemente lo más doloroso de mi vida y nunca fui a visitarlo por el simple hecho de que no podía. Él está muerto pero me enseña más de lo debido. El estar de pie delante de la lápida y ver mi nombre en ella (Leonardo Ledesma, también) no fue sencillo. No le llevé flores ni algún regalo ni agua porque soy un tipo medio cojonudo que no cree que las personas estén en la tumba donde yacen sus huesos. Solo quería estar ahí, en el último de sus lugares, porque lo extraño.

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Hace unos días también me enteré de que mi madre va a ser operada en la Argentina. No es nada complicado pero no puedo evitar cagarme de miedo y derramar una lágrima al pensar en algún tema que tenga que ver con su salud. Ella solo me tuvo a mí, luego no pudo tener hijos, y debido a unas complicaciones, años más tarde, debe ser intervenida para que su pequeño problema no se convierta en un gran problema. También la extraño.No la veo hace tres años cuando fui a visitarla y, aunque a veces me haga el duro, me hace falta.

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Por otro lado, recibí un mensaje del editor de la Web del diario Perú21, diciéndome que hace un tiempo contaba con una plaza, pero que en este momento no tenía nada. Que tenía mi currículo en la mano y que, gracias a que un amigo le había comentado acerca de mí, me llamaría si se presentaba alguna opción de trabajo.

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Mi papá acaba de conseguir otro trabajito en la Argentina, uno mejor que el que tenía. Él es todo un sobreviviente y me dice que no me debo preocupar. Ahora no reniego aunque me he dado cuenta de que inconscientemente ando jodido. Aquellos que me conocen y con los que comparto un aula de clases, una cerveza o la luz de la luna durante la misma noche, saben que soy un tipo que toma las cosas deportivamente, que no quiere joderse, que no le carga los problemas a otros (aunque esto último debí aprenderlo antes de que mi novia me dejara). Sin embargo, conjuntamente con mi principio de gastritis, también me brotaron ciertas llagas en los labios. Pensé que era un producto exclusivo del calor estomacal. Ayer fui al médico y me dijo algo que no esperaba. El causante de esas pequeñas heridas fue un “cuadro de depresión e hipertensión” ¿Qué? Sí, eso mismo. Como les dije, demonios inconscientes.

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Una persona muy querida me dijo que la acompañara a empeñar unas joyas por algo de dinero. Me dio algo de pena saber que iba a dejar parte de su vida por algunos billetes. Por suerte, cuando estábamos en la Caja Municipal, pensó, valoró más el peso sentimental que la presión económica y no empeñó aquellas joyitas. Llegando a casa, un giro del exterior la sorprendió y pudo ablandar su pesar. Me dio gusto que se haya podido quedar con sus zarcillos y su aro.

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Un viernes decidí ir al teatro. En ese momento me llegó un mensaje de un amigo muy querido, el cual me había presentado mi ex novia cuando todavía éramos pareja. Este joven estudia con ella y también es su amigo, sin embargo es un tipo muy leal e inteligente. Fuimos al teatro del Británico, luego por un café y luego a caminar , sencillamente a disfrutar de la noche, de la brisa en el rostro, de varios cigarrillos y de las calles (una de ellas se llama Cavenecia y es preciosa, muy parisina, muy piafina y sesentera). Caminamos si mal no recuerdo hasta las 4 de la madrugada hablando de mil y un temas e inquietudes, el flaco me ayudó a aliviar un poco la pena y yo le ayudé a morir un poquito más rápido con tantos cigarrillos. También le dije que se apure y no sea idiota: que le diga que la quiere de una buena vez. Porque sí la quiere y es injusto que dos personas que se quieren no se lo digan. Un grande el flaco. Desgarbado y macanudo.

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No escribo hace unas semanas, pero la última vez que lo hice definí qué voy a hacer. Me he montado en una empresa literaria que imagino durará lo que tenga que durar. Voy a ponerle énfasis a los formatos medianos, le voy a dar fuerza a contar lo que deseo contar. Todavía no me peleo con algún personaje, pero le he cogido cariño a un par y animadversión a otro, a uno del que aún no escribo ni una sílaba. Este mes también aprendí a matar a mis padres literarios, a quererlos más y a matarlos, como lo hace una amante desequilibrada. Este mes compré Bestiario y lo estoy disfrutando línea por línea.

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He vuelto a jugar fútbol y a meter un par de goles, y también los he disfrutado como cuando me siento a escribir algo que no sé cómo acabará. Me he calzado en los zapatos de fútbol luego de mucho tiempo, un tiempo muy prolongado. Pensé que me sacarían ampollas o que no me dejarían correr, pero estoy ligero, la pierna derecha aún está intacta. Si bien los pulmones están para donárselos a Susan Hoefken, las piernas y la visión aún sirven.

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En este párrafo quizá sucumba, pero no puedo negar que esto ha sido de las cosas que más sonrisas me han arrancado este mes y no podía dejar de mencionarlo. En una de mis tantas noches delante de la máquina (una de aquellas noches en las que más me abraza la nostalgia) empecé a conversar con una jovencita. Hablamos durante unas horas intercambiando opiniones y ciertas anécdotas, algunos planes y tonterías. Una muchachita linda. Aún no la he visto en persona, pero sé que es capaz de usar Converse y vestidos (al mismo tiempo), usa lentes, no le gusta la playa (por suerte), tiene buen gusto musical, es ligeramente menor que yo y tiene una linda sonrisa. No pude obtener su número sino hasta hace pocos días: la he llamado dos veces y le envíe un mensaje de texto durante La Hora del Planeta. Tiene nombre de reina y cabellos de muñeca, una muñeca como la que guardaba mi abuela en su armario…vestigios de su juventud. Seguramente ella va a leer esta entrada así que quizá, y con el debido respeto, ya me jodí.

No planeo nada la verdad, solo invitarla a ir por un café una vez. La actitud de creyente de ilusiones la dejé en mi primer año de universidad. Días difíciles. Imagino que vendrán más, muchos más, duros, fríos, solos, como a mí me gustan. En estos días también aprendí que los seres humanos no somos producto de nuestras acciones, sino de nuestras verdades. Un hecho en sí mismo es como el libro de un escritor que se quedó sin ideas.

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Estos párrafos quizá pudieron haber sido tratados de forma independiente y dando inicio a otras historias, sin embargo ocurrieron en el mismo desorden, caos y tiempo. Muy parecido a como anduve caminando durante estos días...quizá un poco en trance.


miércoles, 10 de marzo de 2010

In the city of blinding lights. Oh, pareces tan hermosa esta noche en la ciudad de las luces cegadoras


A Giannina Negrillo Cuba. Porque un hombre que incumple una promesa está condenado a incumplir otra.

Se colocó los anteojos y empezó a digitar sin penas, con la misma tentación que la de Orfeo, con las mismas lágrimas que las Asterión… sin los cojones de Perseo.

Sé que te prometí que no iría a París. Después de esta noche ya no podré ver tus ojos empapados de recuerdos. Espero que no despiertes por el golpe de las teclas… te estoy mirando, estás a tan solo dos metros, en esa camita, en ese colchón vetusto que aún tiene nuestras siluetas dibujadas y que conserva el olor a madera mojada. Huélelo, huélelo mientras ya no estoy, huélelo, pruébalo, derrama tu lengua si es necesario para que te asquees de mi sabor, de mi olor, de eso a lo que le solías llamar amor. Ya no tendrás ni el placer ni la obligación de acurrucarte en mi hombro luego de haber hecho el amor en todas las cavidades de mi habitación, entre la cama y el aparador, de pie frente al pequeño mostrador, en el sillón a rayas que decías te hacía sudar y que por eso siempre querías regresar ahí, de seguir haciendo el amor, de morderme más de veintiséis veces desde mi pecho hasta mi frente. No puedo decirte que no me voy a ir, las cosas nunca salen como yo las quiero, pero las que salen las quiero mucho. Mira cuánto amor derramamos por todos lados. Cada instante entre tecleo y tecleo siento que es un instante que probablemente nunca se justifique, y que probablemente nunca exista, ni siquiera en estas líneas, porque es probable que cuando no veas mi maleta por la mañana y por la tarde mi contestadora de voz de diga que yo ya no existo, no vas a querer leerlas. Tal vez rompas el sobrecito…tal vez lo rompas en este momento, y quizá si en este momento no está roto, esté muy mojado, mojado y salado; como la última vez que sentí tu piel deslizarse y friccionar con la mía. Anoche, con frío, con la garúa estampada en los cristales sin cortinas como si las gotas fueran insectos de una sola familia que se desvanecen por el efecto de la evaporación, tuve miedo. Decirte que otro no te podrá hacer lo que yo te hice es pretencioso, y arrogante, pero es verdad…aunque existe la posibilidad de que sea mejor, pero yo no lo creo. Mis yemas calientes en tu abdomen que levantan tu camiseta y se deslizan hacia tus senos mientras me das la espalda, mientras te contorneas y se te desabrocha el sujetador, mientras te beso el cuello y escucho tus latidos y tu respiración a ritmo de fondista…nunca más todo aquello. El dar la vuelta y sentir tus pezones erguidos contra mi pecho no tiene punto de comparación con la lectura más sublime del mejor poema escrito por el mejor poeta, no se parece en nada a la salvación que hace mucho me prometieron y que dudo llegue algún día. Jamás va a llegar esa salvación, pero creo que luego de esa sensación táctil podría morir tranquilo, eso significa que podré irme tranquilo, sin deberle nada a este mundo y sin creer que me debe algo por las noches o por las mañanas. A estas alturas ya debes haber destruido esta carta o ya debes estar quemando mis fotografías, o quizá no hayas hecho nada de eso y estés agradeciéndome por lo hijo de puta que soy, repitiéndote una, dos, y tres veces que se te acabó el calvario con este hombre de mierda, que qué bien que ya se fue, que un tipo que te deja una carta en la mañana luego de haberte hecho el amor por la madrugada es un tipo cobarde, mediocre y muy miedoso para enfrentar el reto más grande del que puede participar una persona: el de ser feliz. Perdón, nunca te olvidaré, no dejes que tu cerebro interfiera en tu corazón…y viceversa, porque un corazón se rompe solo cuando existe existen dos individuos. Ahora ve, ve y hazle el amor a otro tipo, pero que esta vez sea menos cobarde y, si es preciso odiarme, ódiame, odia con la misma pasión con la que alguna vez me dijiste te amo”.

Cogió un sobre, introdujo el papel y lo selló con un beso. Se levantó sin titubear y desapareció como Eurídice.

viernes, 12 de febrero de 2010

Fiesta: la historia vista con mis ojos de niño



Los personajes de esta historia son reales y, aunque no menciono nombres, son bastante identificables por quienes me conocen. Cuento autobiográfico o biografía ficcionada, nunca me quedé contento con ningún termino así que es vuestro privilegio elegir el que más les plazca. Nota a parte, y creo que no me falta razón, con todo el cariño que aún le guardo a las féminas de este relato: un poco de sexo más seguido no les caería mal. Gracias.

Había una vez tres jovenzuelos muy distintos: la cara pálida del primero delataba de manera cómplice sus rasgos duros, muy marcados, la nariz espigada pero no grotesca, los músculos ubicados con total simetría uno del otro y su cabello bien peinado, de lado y castaño. El segundo era un larguirucho narigón, de brazos cortos y cabello ondulado, con una mirada risueña y sonrisa taruga, sus anteojos hacían que su frente se viera aún más pequeña de lo que es. El tercer muchacho era yo. El primero de los chicos diría “Es negro, ha engordado un poquito y tiene unos lentes grandes, más o menos como los de Spike Lee”, el segundo se referiría a mí como “El zambo es chévere, está misio, debió seguir jugando fútbol”.

Fue viernes el día en el que los dos muchachos y yo les propusimos a un par de muchachitas salir a dar una vuelta de noche por Lima. Ellas, recién bajadas del avión, querían festejar cual quinceañeras el simple hecho de poder respirar aire, la subida del dólar, la liberación de Crousillatt, o cualquier otro pretexto soso para desempolvar sus trajes tornasolados o platinados y sus zapatos puntiagudos.

Eran dos muchachas ligeramente lindas, de las que el maquillaje no se debería escapar. Debíamos esforzarnos un poco para encontrar cierta belleza, sin embargo, lo más preocupante era que mientras transcurría el tiempo debíamos esforzarnos más aun para encontrar su simpatía. A aquellas dos chicas se les unieron dos más. Ya iban cuatro, de las cuales sentíamos que una sobraba o que, en su defecto, uno faltaba.

Llegamos a un casino limeño llamado Fiesta, ubicado en Miraflores. Por fuera las luces se estampaban contra los parabrisas de los automóviles y contra el rótulo de Vivanda. Un letrero de tamaño regular se posaba en la entrada y dos de las chicas decidieron fotografiarse junto a él mientras posaban de manera calendarizada con una sonrisa blancuzca, casi fulgurosa.

Ya adentro, los siete nos sentamos a una mesa, pedimos la carta y ordenamos algunas cervezas para los hombres y unos piscos sours para ellas. Yo ordené una Heineken, mi hermano el blanquiñoso una Cristal y el narigón nada. Mientras bebía con delicia y cierta calma mi cerveza –porque había pagado 12 soles por la botella, cuando regularmente pago 4 en la calle- cogí mis audífonos y encendí el reproductor. Sonaba ACDC. Fuera de mi universo, las chicas, que ya me estaban aburriendo con sus miradas delatoras y de insatisfacción, movían sus mofles a ritmo de cumbia o alguna canción de moda. Lo confieso, una era más linda que la otra, pero no creo que hubiese servido para algo más que una noche en una cama de hotel.

El problema llegó con la cuenta. La camarera tuvo una confusión y nos cobró todo junto cuando cada uno debía pagar lo que había ordenado. Al parecer a la guapa mesera también se le olvidó mencionar que, a parte de lo consumido, cada uno debía abonar cinco soles más por algo que ellos llaman “derecho de tenedor” (la verdad yo no vi alguno, y tampoco probé bocado, así que no tenía mucho sentido). Una de ellas mencionó que la cuenta ascendía a 120 o 130 soles, no recuerdo muy bien, pero tras la confusión también mencionó que para ellas eso no era nada, así que pagó la cuenta de todos, y por lo que me enteré luego, anduvo diciendo que éramos unos misios, que no teníamos dinero, conchudos, arrimados y miserables. Guardadito se tenía el prejuicio la muy pendeja.

La noche se nos jodió. Yo solo quería llegar a casa y echarme a la cama a leer o ver televisión. Mis amigos, algo más diplomáticos quisieron quedarse…. y yo, algo más tarado, los seguí. Ellas compraron su alcohol y nosotros observábamos como se contorneaban en la pista a ritmo de baladas caribeñas. Por si lo olvidé, luego del altercado de la cuenta, un amigo se nos unió. Un cuarto muchacho, simpático, bonachón, con auto –por ese lado ellas estaban contentas, aunque debo rescatar que a una de las cuatro el auto, el dinero y algunas gollerías le importaban poco-. Tras seguir con sus pasos provocativos de bailes de tubo y con los shots de tequila que venían y se iban de la mesa, decidimos irnos.

Las volvimos a ver una vez más antes de que regresaran al país del Tío Sam y no más. Ahora, desde miles de kilómetros nos escriben indirectas muy directas y nos dicen con la mayor desfachatez que somos unos miserables, que nos arde en el culo que nos molestaran y que nuestra conchudez supera cualquier grado de tolerancia de su parte. Cierto, también ponen en duda nuestra hombría por no querer invitarles una cerveza o por no dejarnos fotografiar junto a ellas. Yo, por mi parte puedo decir, no tenía dinero. Si lo hubiera tenido les hubiese invitado algunos tragos aunque quizá hoy me estuviese arrepintiendo. No valían la pena. Tanto tienes tanto vales, yo no tenía un carajo así que no valía-ni valgo- nada (Dicen o piensan estas muchachitas).

Prefiero volver a mis cuentos y vivir en ese mundo abstracto que ellas tanto critican, si me arde el culo entonces me arde. Lo bueno de pensar y hablar como niño cuando se es grande es que las cosas no me duelen como niño. Ahora iré a dormir sintiendo que mis ojos de niño ven con más claridad lo que le pasa a mi yo de grande.

jueves, 21 de enero de 2010

Yo soy el malo


“Tal vez ya hayas leído en El Sol de México los dos textos que les di después de mi maravilloso mes en Cuba. Creo que puse en ellos mucho amor y mucha objetividad al mismo tiempo; aunque como es natural ya he oído los rumores consabidos: Cortázar vendido a Cuba, le hace una propaganda desaforada. Como buen argentino mal hablado mi respuesta es cortés pero inequívoca: la puta que los parió”.

Julio Cortázar


Yo soy el malo porque no valoro el fin, pero si valoro el medio. Porque prefiero trabajar para trabajar y no para cobrar, y luego de haber cobrado comprar un par de películas piratas que veré en un DVD al que le tuve que cambiar el lector para que las leyera. Yo soy el malo por pensar que en este mundo los únicos que leen son los reproductores de DVD y no las personas. Yo soy el malo por responder preguntas retóricas con sarcasmos, y comentarios sarcásticos con preguntas retóricas. Yo soy el malo por haber mencionado –en mis días de menos lucidez (Si es que tengo días de lucidez)- que hubiera sido mejor no nacer en vez de vivir así. Un maldito hijo-de-la-gran-puta. Un cabrón de mala entraña como Jaime Bayly, Carlos Cacho, Alan García, Hernán Garrido Lecca y como mi prima Gisella y su marido. Yo soy el malo por refutarle a mi abuela de 79 años que no es mi obligación retribuirle a mis padres lo que ellos han hecho por mí, que soy un ser independiente y libre y que lo que haga con mi vida solo a mí me concierne y no a ellos, que no tengo por qué esforzarme con la idea de comprarles una casa cuando tenga éxito (Podría decir “si tengo éxito”, pero también soy el malo por eso, porque no pienso decirlo. Yo soy el malo, gaznápiro, porque digo “cuando tenga éxito”). Yo soy el malo por renegar inconscientemente de algunas situaciones que digo puedo aceptar. Yo soy el malo por apreciar más a aquellos que no se traicionan a sí mismo en vez de aquellos que no se atreven a traicionarme. Yo soy el malo por decir que la persona a la que más quiero en este mundo no soy yo, y ni siquiera podría incluirme en un decálogo “Personas a las que más quiero”, y soy el malo por decir “en este mundo” cuando soy totalmente consciente de que no creo en otros mundos. Yo soy el malo por decir que no les voy a comprar una casa pero que jamás les voy a negar un te amo. Yo soy el malo porque nunca les negaré el agua, el aire, la casa, o lo que sea que me pidan. Yo soy el malo porque no voy cuando “podrían estarlo matando a uno y tú ni te apareces”… y a los diez minutos me aparezco, porque yo soy el malo. Yo soy el malo que dice que no le interesa hacer dinero y que vive con esa idea poco respetada entre los círculos familiares, políticos, amicales. Yo soy el malo por decir “no me gusta el sol, el calor, el verano e ir a la playa” cuando me dicen “¿Vamos el domingo a la playa?”… Si iría pero la verdad estoy gordo y no tengo una casa donde mis amigos puedan beber whisky, y no dispongo de una tarjeta bancaria para hacer retiro-depósito para invitarles veinte jaleas mientras me quedo postrado en el lecho leyendo o simplemente durmiendo. Yo soy el malo por decirles a mis amigotes que todas las personas tienen cultura. Yo soy el malo porque así me sentí luego de terminar de leer mi primer libro. Yo soy el malo por tener la misma esperanza que un octogenario cuando me preguntan cuál será el rumbo de la humanidad “¡Está condenada a su auto exterminación y no hay nada que se pueda hacer!”. Yo soy el malo cuando me preguntan cuál sería una buena solución a los problemas del Perú, y se me viene a la mente la frase de Ambrosio, y la cito, y la creo, la creo fervientemente y sin reparo, digo: “Tirar una bomba nuclear en medio de la Plaza Mayor o aparearse entre todos, a ver si la genética actúa y de tanto mongolito nacen seres más inteligente”. Yo soy el malo cuando no cito correctamente a Ambrosio, y me da flojera buscar entre las páginas del libro. Yo soy el malo cuando me doy cuenta de que estoy resentido con esas trescientas y pico de mujeres que me rechazaron y que luego desfilaron por mi patíbulo diciendo “Eres lindo, pero no sé…” (Nunca un eres horrible), sin embargo, considero que eso me hubiese hecho más triste pero no más intranquilo, esa respuesta me hubiese dejado sin la posibilidad de tratar de buscar respuestas en donde no hay; y en ese peregrinaje encontrar otras preguntas y alternativas; me hubiese vuelto un tipo más plano, más sencillo, quizá hasta campechano. Yo soy el malo por no querer trabajar en un restaurante de comida rápida, porque no voy a tener tiempo para gastar el poco sueldo que cobraría. Cabrón de mala entraña (sí que me gusto esa frase, y por eso yo soy el malo). Yo soy el malo porque me atrevo a recordar cosas que tú ya enterraste. Yo soy el malo porque creo que la memoria es un mayor privilegio que el “seguir adelante”. Yo soy el malo porque guardo secretos –todos lo hacemos-, pero yo soy el malo porque le digo que los estoy guardando y no se los pienso contar. Yo soy el malo porque deseo a la mujer de mi prójimo en más de una ocasión –todos lo hacemos-, pero yo soy el malo porque después de haberlo hecho abrazo a mi prójimo –todos lo hacemos-, pero yo soy el malo porque luego de eso se lo digo “Eso no es ser malo, eso es ser huevón”, yo no pienso que sea ser huevón, yo soy el malo porque pienso que el huevón eres tú.

viernes, 15 de enero de 2010

Dos mil nueve


Es alto. Algo más alto que el anterior, pero definitivamente más pequeño que Dos mil siete. Ese sí que era colosal. Sus manos nigérrimas podrían atrapar un perro de caza con facilidad, qué lástima que se ha ido.

Dos mil nueve nació viejo, jodido, con deudas que no eran suyas, derruido por quienes le echaban la culpa de algo que él no había ocasionado. Arrastraba el pesar de una batalla con muchos antagonistas y sin algún protagonista. Nació distinto en todos lados –porque nació en muchos lugares-, en España nació siete horas antes que en Sudamérica, y en Australia casi dos veces antes, pero igual nació jodido. Nació con más preguntas que respuestas, como un agnóstico. Sin embargo, ya se fue y lo voy a extrañar como a tantos otros que conocí.

La primera vez que abrí los ojos vi a un tal Mil novecientos ochenta y ocho, aunque solamente lo vi, nunca logré entenderlo. Y así, he ido viendo a tantos otros Mil novecientos y tanto y Dos miles y pico. A los de más atrás recién los conocí cuando un día, por causalidad –y no casualidad- escalé el estante donde mi abuelo guardaba sus libros. Ahí conocí a otros que ni siquiera tenían Mil en sus nombres y otros que, como apellidos, llevaban inscritas las siglas A.C.

Dos mil nueve era el último de diez hermanos. Una camada de parientes que trajo consigo una revolución si los comparamos con los Mil novecientos noventa. Pero uno a uno se fueron extinguiendo en el olvido, quizá como –para muchos- ya lo hizo Dos mil nueve.

La misma noche en que se alejó por el portón de las memorias, encontré a un joven en la puerta del baño de un bar y me contó que también lo había conocido y que lo iba extrañar. Se llamaba Fabricio. De sus labios brotó la frase que me confirmó que el negro Dos mil nueve fue excepcional. “Dos mil nueve me enseñó que no existe mayor demostración de amor que aquel que da la vida por sus amigos”.

miércoles, 13 de enero de 2010

El asténico y su bitácora

Este es el prólogo (pseudoprólogo) que escribí para el relanzamiento del blog de un amigo muy querido: Joseph Tarrillo Ugarte. La versión "oficial" está en esta dirección http://soloastenia.blogspot.com/



“Explicarles que no hay término medio: que la sociedad suprime para siempre esa facultad humana que es la creación artística y elimina de una vez por todas a ese perturbador social que es el escritor o admite la literatura en su seno y en ese caso no tiene más remedio que aceptar un perpetuo torrente de agresiones, de ironías, de sátiras, que irán de lo adjetivo a lo esencial, de lo pasajero a lo permanente, del vértice a la base de la pirámide social. Las cosas son así y no hay escapatoria: el escritor ha sido, es y seguirá siendo un descontento”

Mario Vargas Llosa


¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Splash! ¡Splash! Empezar con una onomatopeya no es un atropello a las percepciones y a los buenos gustos de los lectores (menos de los escritores) ¿O sí? Tampoco es la transcripción de una pelea entre Adam West y César Romero (Los recordados Batman y El Guasón sesenteros), donde nuestros antecesores no veían tanto puñete y tanta patada, sino estos coloridos esplashes marcadores de épocas. Estos pumpún y esplashes son algo bien baboso: tambores y platillos con los que se da la bienvenida al resurgimiento de las ganas de un asténico ¿Existen las ganas de un asténico? Parece que sí.
¿Quién diría no, Joseph Segundo Tarrillo Ugarte? ¿Quién diría? Es el inicio de los dieces (Con ansias espero los nuevos alocados veintes a ver si vuelve aparecer un King Oliver o un Louis Armstrong), y ambos estamos a punto de terminar la carrera universitaria. Ahora, mientras hago esta especie de “entrada inicial” o pseudoprólogo a tu página personal pienso en que para tu próximo cumpleaños lo mejor sería regalarte una corbata. Han pasado algunos años desde que abandonamos el nido colegial y ya tenemos unos pelos de menos en la cabeza y unos de más en la cara; y eso que solo cargamos una mochila de veintiún inviernos.
¿Quién lo diría? Si en la escuela no éramos ni siquiera amigos. A las justas y levantábamos la mano derecha cuando nos cruzábamos en los patios, siempre con la intención de obsequiar un saludo de compromiso y no más. Es que tú andabas con tus amigos “intelectuales de ventana”, tú eras el poeta, Renato el dibujante, Pinzas el escritor y músico, y yo simplemente el futbolista y atleta. Te lo dije un día, por teléfono, sé que siempre lo pensaste, pero por la amistad que nos une y por el respeto, jamás me dirías que ustedes decían “Ese negro es un huevón que solamente usa sus piernas, le gusta bailar con las flacas y seguramente utiliza los libros para nivelar las sillas”… no te sonrojes (No seas maricón, Chopper), yo sé que es verdad. ¿Quién diría? Años después y escribiendo –no redactando- la primera entrada de (Cómo es que se llama, voy a revisar porque no me acuerdo)…¡Cierto! Asténico. Hoy y siempre.
Luego del delicado deceso de Vozenoff (Rest in peace), tu nuevo hueco será este. Y sí que lo elegiste con sabiduría (Haciéndole caso a Pedro y no a ti mismo). Por lo pronto elegiste algunas fotografías interesantes y has hecho que mi seguridad tambalee por varios minutos; ya no sé si prefiero a Jorge Luis Borges o a Jennifer Aniston, me la has puesto difícil. Escribiste un perfil jalador, digno de cualquier buen publicista que se jacte de tener “Cayetano Heredia”, le pusiste un relojito plomizo, (muy útil la verdad) y personalizaste el espacio de la misma manera en que un perro se rasca las pulgas: con mucha dedicación.
Ahora, todos aquellos quienes haremos un sitio en la agenda y te vamos a seguir no podemos ser timados ni estafados. Tus entradas deberán ser dignas del recorrido de los ojos, pero no te presiones, si no lo son igual las vamos a leer. Ya tienes internet y andas pegado a la pantalla cual pastrulo al paco, así que no hay excusas, tú no eres yo, eres asténico, pero no vago, no produces desordenado ni lento (Aunque para leer sí que te demoras, ese Aleph lo vi bajo tu axila durante todo el último ciclo).
Queridos lectores. ¡Joseph sabe! Este jovencito que antes llevaba el peinado de Mercedes Sosa y que trabaja en un laboratorio médico pero que jamás me ha recomendado un medicamento tiene estilo, tiene caché, tiene flow; tiene “pasta” de poeta postmoderno, de prosista sosegado, de músico idealista y de publicista pánfilo. De seguro si lo siguen, se llevarán una, dos, tres sorpresas, ¿cuatro?…no lo sé. Éxitos mediatos y largos en el único mundo del que no te pueden jalonear ni exterminar: en el de las ideas y las palabras que siempre han de surgir.

Leonardo Ledesma Watson
Escritor sin un libro publicado,
aún. Amigo de Joseph Tarrillo

martes, 5 de enero de 2010

El aterrizaje de la injusticia


El avión aterrizó a las diez de la noche cuando Julia Marie aplastó una lata de cerveza en la puerta de Llegadas Internacionales. Se sentó al lado de la pista, junto a los automóviles azules que recogían a los funcionarios importante. Sus pies estaban desparramados sobre el asfalto y sus brazos lánguidos y largos reposaban sobre sus rodillas. Aburrida, se levantó y dirigiose hacia la puerta, llevaba una camiseta sin mangas, una gorra de visera ovalada y un cigarrillo entre los dientes. Su corpulencia le facilitaba la tarea de interactuar con los hombres, y su hosco caminar le abría paso entre los carritos de las valijas.
- ¿Qué desea señor?
- ¡Señorita!
- Disculpe, señorita- preguntó el guardia que custodiaba celosamente la cerca que separaba a aquellos que llegaban de los que, quizá, nunca podrían irse.
- Quiero pasar, ¿Algún problema?
.- ¿Tiene usted pase de abordaje?
- ¡No!
- Disculpe, pero esta zona es exclusiva para aquellos que van de viaje.
Julia Marie ocultó la mirada por un segundo y luego, como un obús, incrustó sus manos gruesas sobre el cuello del vigilante.
-Déjame pasar o te saco el cuello- le dijo al oído, sin que el resto de personas en espera la oyesen-. El vigilante atinó a hacerle un gesto con los ojos y señalarle la entrada.
- Gracias- dijo Julia Marie.
Una vez en la sala donde la mayoría de pasajeros revisaban si sus maletas no habían sufrido ningún colapso ni atropello durante el viaje, Julia Marie se cruzó de brazos y miró fijamente hacia la puerta de donde llegaban los que acababan de descender del aeroplano. Una joven atractiva cruzó el umbral, un sexagenario con un traje azul y un teléfono pegado al oído, la siguió. Pasaban uno tras otro los pasajeros del vuelo descendido a las diez, y nada. Una monja, un surfista y un par de turistas chinos de sombreros graciosos y con pitillas en los extremos. Nada aún.
De pronto una figura blanca se posó delante de la puerta dando la espalda hacia donde estaba Julia Marie, y recibió una silla de ruedas. Julia Marie bajó los brazos y su semblante se jodió. Un chiquillo de doce años atravesó la puerta. No tenía cabello, y no caminaba muy bien. La enfermera le señaló la silla de ruedas para que se sentara y no tuviera que caminar con mayor esfuerzo. Julia Marie, de lo dura que se había mostrado al inicio, cambió radicalmente. Sus ojos se iluminaron como se ilumina una bombilla en una choza y se acercó a la enfermera. La cogió del brazo y la apartó del muchacho por un instante.
- ¿Qué dijeron?
- Solo seis meses más, solo eso. Lo lamento- dijo la enfermera.
Julia Marie no pudo resistir y cerró sus párpados, dejando que se desprendan un par de lágrimas traviesas que casi nunca veían el exterior.
- ¿Cómo está todo, Julia?
- Bien, campeón.
- ¿Y por qué lloras?
- Nunca estuve más feliz de verte. Ven, dame un abrazo.
El muchacho se adelantó en su silla y abrazó a Julia Marie, mientras esta observaba a la enfermera gesticulando un marcado no-es-justo, y sus ojos reventaban de lo colorados.