martes, 18 de agosto de 2009

Una mujer


Una mujer : definitivamente inteligente., culta, que sepa de qué habla pero que no se jacte de ello, que sea una dama pero que no le moleste ensuciarse las manos, ni romperse una uña (tal vez dos , o cinco),que le guste caminar y reirse bajo las sombras de los árboles. Que considere la combi un carruaje real en el que la llevaré durante un tiempo, pero que tampoco crea que siempre será uno de esos bichos con motor. Que cuando sea un BMW no se crezca ni empine la nariz, sino las lágrimas recorreran más rápido hacia el enladrilado. Que sea contestataria, y a veces contestona. Que destruya los paradigmas que la ruborizan. Que tenga ropas de doncella, pero que sepa que no valen nada si no se introduce en ellas. Que me controle, que el poderío de sus brazos no solo se extienda en derredor de mi cuello, sino también de mi vida. Que aun así sepa cuándo detenerse y no aprehenderme.Que no mire mis dientes, pero que sí los lama. Que sacrifique su vida por su hijo , y que me obligue a hacer lo mismo. Que no me deje hablar con Eaco en el averno cuando la vaya a rescatar, pero que me deje un camino para no fracasar en mi misión. Que sea preciosa, morena, rubia, pelirroja, alta, delgada, rolliza, pigmea, tuerta, loca, cuerda, alta otra vez, pero que sea preciosa. Y si no es nada de lo antes mencionado, que siga siendo preciosa. Que me deje admirarla por el simple hecho de haber salido de otra igual, pero más sabia. Que sea mejor que yo, pero que me admire, así yo la admiraré y podremos vivir la mentira más real que existe, el engaño consciente del que nunca querré salir y que, solo, en ese momento, deje de ser sensata. Que en las reuniones sea una dama y en la cama una casquivana.


Que me deje amarla y morir por ella.


sábado, 15 de agosto de 2009

Así te importe un bledo




Aún conservo tus libros de inglés. Recuerdo cuando me los prestaste para que mejorara y practicara el idioma –porque en ese momento tu hermana estaba de viaje y tú todavía planeabas el tuyo-. El próximo te tocaría a ti y yo quería ir contigo, no quería dejarte ir sola.Sé que deseas que las cosas te vayan bien, habrías de ser loca para pensar lo contrario. Yo también lo deseo, aunque probablemente eso te importe un bledo, y me alegro que hayas encontrado un camino, que te hayas alejado por completo de tus dudas y que ya ni siquiera me odies, ni me tengas ganas, ni me quieras, ni sientas nostalgia. Es mejor no pasar ni cinco minutos conmigo, así todo estará bien, no tengo oposición. Odio las miradas perdidas en el espacio, odio los “me tengo que ir porque estoy ocupada”, y aquellos pretextos reales que existen entre nosotros. Entre nosotros ya no hay nada, no queda ni ese beso a medias en un cine, no quedan las ganas de vernos por casualidad –o causalidad- en un salón frío y amarillo. Ya no quedan ni las incómodas posturas para disimular que no estamos ahí, ni rezagos de un muerto que no revivirá.Trabajas, amas, haces el amor, copulas, estudias, lees, qué no estás haciendo .Vives. Yo estoy bien, pero eso te importa un bledo, y qué genial. No me importa que no contestes, ni que sientas risa cuando leas esto, tampoco me interesa que desvíes la mirada en el único momento que convivimos en la semana. Discúlpame por los momentos extraviados, por las promesas incumplidas, por las veces que “arrugue”, por las molestias en general. Yo no quise. Te cité solo para decirte eso. Lo lamento. No te interesa. Ríete, síguete riendo, jamás volveré a arrancar una lágrima de tus ojazos. Jamás otro momento de reflexión con este, su servidor. Nunca te mentí. Nunca fui injusto, siempre supe dónde estabas y siempre tendrás el mismo lugar, así te importe un bledo.

Mucha suerte. Porque siempre serás “aquella”.


viernes, 7 de agosto de 2009

Los deicidas del presente (1era parte)

Un post poco elegante. Desde las tripas.

Yo ya no voy a la iglesia, me he declarado agnóstico (imagino que hasta cuando esté en mi lecho de muerte donde volveré corriendo, movido por el mismo sentimiento que mueve a los corredores de autos) , pero hace una semana bautizaron a la hija de un gran amigo, e hice una aparición luego de tantas lunas recluido en un cuarto azul de 4x4 -no era una camioneta- y seguí descubriendo la grandiosidad de Julio Cortázar porque tenía razón en las instrucciones de cómo comportarse en la biblioteca y en la iglesia "Nunca te pelees con un cura", ese día yo sí lo hice.


Salí de casa a las 6 de la tarde (Tarde), mientras ajustaba el nudo de la corbata asimétrica y me acomoda el ventiúnico saco de traje que cuelga en mi perchero. Los zapatos estaban bien lustrados porque mi abuelita me había "colaborado" la noche anterior. Por suerte la iglesia solo quedaba a unas cuadras de mi hogar (Eso me ahorró la combi, o en su defecto el taxi) así que caminé presuroso. No me di cuenta de las bocinas chillonas de los autos, ni de las panzas grasosas y graciosas de los vendedores de autopartes y pintores, ni del cielo color azotea -ya me aburrí del color panza de burro- solo lo sé porque imagino que estuvieron ahí como lo están desde antes de abrir este blog.


Acepté ir por la espontaneidad de la sonrisa del bebé, algo que no se consigue con facilidad, pero nunca sería tan entusiasta, así que me senté en el extremo de la última fila de la derecha. Para esto la gente andaba de pie porque el cura estaba manipulando un artilugio. No lleve un Ipod porque no tengo, y si lo llevaba no lo iba a encender porque probablemente hubiese olvidado cargarlo en la computadora, no lleve un libro porque no tendría donde guardarlo, no lleve uno de bolsillo porque los que tengo ya los leí. Llevé cigarrillos rubios, pero mi desfachatez no colinda con esos extremos... todavía. Solamente lleve ideas en la cabeza, por suerte, parafraseando al che, nadie me las puede quitar, ni en una iglesia, ni siquiera en un hospital. Así que no regale atención, tampoco la preste.


El olor a incienso y esa increíble atmósfera de Medioevo que destilaba el templo me tenían extasiado, adormecido por mis cuatro costados. Aún faltaban 20 minutos cuando el cura se desprendió de su sillón dorado y rojo, y procedió para el sermón, uno de esos que escuché 11 años seguido debido a los colegios religiosos que me acogieron durante mi pintoresca vida de escolar. Yo tenía atravesados a muchos curas en la yugular, tenía un par que eran muy buenos amigos y otro par que pillé teniendo amoríos en el despacho de la iglesia. Una vez, en el réquiem de mi abuelo uno de ellos se atrevió a llamarme la atención porque estaba hablando con mi papá -sé que de manera poco prudente, pero qué podía hacer, no había pasado mucho tiempo desde su separación con mi madre-.


Ante la mirada estupefacta y llena de cucufatería de un sinfín de tías que fueron ese día, me levanté y salí "Oiga jovencito, esta es la casa de Dios. Cállese y escuche. Acá no se viene a conversar", tremendo pajero. Nunca fui un hipócrita, menos en ese momento (uno de los primeros momentos donde seguí mi convicción: la convicción de mandar a la mierda sin decir "mierda"). Al ver que me levantaba de esas bancas las tionas casi se desmayan "Cómo puede ser posible. Leonardito faltándole al cura" Por ahí también escuché un "Le va a mandar un rosario cuando se confiese". Que yo sepa, por respeto, para no seguir interrumpiendo a alguien en un lugar donde no deseas estar, te paras y te vas.

Por ahí le dicen libre albedrío ¿no curita?


Años después las cosas no han cambiado mucho. El día del bautizo me volví a levantar del asiento, pero esta vez no para irme.

Continuará...