martes, 29 de septiembre de 2009

Escribir: acción del alma

Ayer olvidé cómo escribir. A las dos de la madrugada me senté frente a la máquina, estiré los dedos, los meneé de un lado a otro, y hasta los chasqueé, apunté los ojos hacia la hoja y me quedé inmóvil. Prendí un cigarrillo y puse a los Charlies, puse a Sinatra, puse a Fitzgerald, puse a Jacques Brel, hasta a los Beastie Boys y nada. No salió nada.

Recordé un capítulo de la serie Padre de familia, uno en donde, precisamente el padre de la familia, olvida cómo sentarse. Sentarse: la acción de ubicar los glúteos de manera delicada o brusca en una silla, sillón, banca, roca, cama, etc. debido a cansancio, ocio, comodidad, tertulia, condena a muerte y otras razones. Sin embargo el acto casi poético de “tomar asiento” (no sé cómo lo toman) termina siendo autómata, programado y repetido durante lo que dura el día. Nos sentamos para estudiar, para descansar, en el auto, en el colectivo, nos sentamos porque nos dijeron que nos sentemos, nos sentamos porque nos dijeron que nos quedáramos parados. Nadie podría olvidar cómo sentarse –hasta donde yo podría razonar- ya que son actos robotizados ¿Y escribir? He aquí el aspecto inicuo y tozudo de la memoria y el ejercicio. Escribir: el acto de transportar las ideas a un papel (desde hace poco menos de medio siglo también se incluye el traspaso de ideas por medio de unas teclas a una pantalla).

No recordaba ni siquiera los procedimientos. Escribí una línea y la borré. Escribí una oración y, al igual que la línea, la exterminé. Escribí un párrafo y traté de seguir, pero no funcionó, trasladé ideas, ideas que tenían complicidad y ciertas formas ¿Por qué no funcionó si, ciertamente, se ajustan al concepto? A la mitad de los 21 años comprendí un poco más lo que es escribir, o al menos comprendí lo que no es. No es la simple acción de transportar con velocidad o lentitud las imágenes o ideas que deambulan como indigentes por los rincones del cerebro, no es solo adornar con colorines ni estilos algún conglomerado de párrafos, ni escribir un título del que se puede desprender un texto asesino o inmoral o cojudo o intelectual o, por último, comercial. El que escribe como un helado autómata no escribe, redacta. Utiliza las leyes y normativas que encontró en algún cuadernillo cochino y perturbador para ordenar el alfabeto de manera aleatoria.

El robot que vive en mí no tiene la facultad para hacer arte. Jamás encontrará la capacidad para estamparse contra un texto que le carcoma el alma y lo haga llorar. Cuando ese robot escriba no sentirá nada porque solo estará redactando. Quise escribir una historia que me golpeara, pero terminé llenándola de adornos inútiles y hasta dignos de autocensura. Qué molestia.

Poco a poco comprendo, cada día un poco más, lo que es escribir. Me voy convenciendo que tiene que ver con el alma. Esa que se instala entre las tripas y los intestinos, y baja hasta el sexo. Como decía Voltaire “Comparad el alma del gran Arquímedes con la de un imbécil ¿No tiene más relación el alma de un perro de caza con la de un niño de 10 años, aunque sus cuerpos sean tan distintos?” Tal vez tenía razón, tal vez no todas las almas son iguales. Cuando redacto uso el cerebro, cuando hago arte lo hago con el alma, con mi alma. Por eso nadie más puede hacer lo que yo, y por eso yo no pudo hacer lo que alguien más puede.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Ser peruano es...

Tan difícil como responder quién fue el mejor presidente de este país, si existe el comunismo, si es Santana o Hendrix (o Slash) , si existe un infierno o un cielo –o quizás si ambos están en la tierra-, si es cebiche o ceviche, tan difícil como responder quién mató a Kennedy (En el fondo sabemos que fue la CIA) o tan difícil como saber si algún día iremos a un Mundial. Veintiocho millones y algo más de personas y ninguno va a poder responderlo con certeza, tal vez veintiocho millones y algo más de versiones; pero en el fondo todos sabemos que el Perú es de PM, ¡No! No Para Morirse, sino excitantemente genial (para no exponer literalmente el real significado de las siglas).

Sí pues, el Perú es genial. Es un país donde puedo veranear un día y al otro estar en una montaña con nieve, es el país del buen comer, el país donde los vagos votan por internet y nuestra Maravilla se ubica entre las siete mejores, donde la camiseta de la “U” sale entre las más bonitas (¡Qué abusivo!), donde hacemos que las partituras de nuestro Himno Nacional figure entre las más bellas –cuando en realidad la mayoría se sabea las justas el coro-, donde Mariela Balbi le podría ganar un concurso de belleza a Heidi Klum …(¡Más abusivo todavía!) !Ay qué lindo es el Perú¡ Aquí también reelegimos presidentes ineptos (¡Toma mientras Alan!), hacemos que figuras -o figurones, o figuretis – como Tongo se hagan famosos, creemos que si la Cicciolina estuvo en el senado italiano por qué Susy Díaz no podría estar en el congreso peruano… ¡Qué rico es el Perú!

Apollo Creed: “Estados Unidos es la tierra de la oportunidad y yo lo voy a demostrar dándole una oportunidad a un boxeador blanco a que pelee por el título el día del cumpleaños de este país” ¡Mentiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiira pues, mi querido Apollo! Tengo que desmentir al afamado personaje de la gran película Rocky… Apollo Creed no conocía el Perú ¡Esta es la tierra de la oportunidad! Acá un presidente malísimo vuelve a serlo –presidente y malísimo también- (toma de nuevo Alan) , acá cualquiera con DNI y mayor de veinticinco años puede postularse para ser padre de la patria y llenarse de dinero con las justas sabiendo leer, aquí un inexperto e improvisado puede dirigir la selección de fútbol, y si usted, señor, que me está leyendo, tiene menos de cuarenta años y está medianamente en forma….!Partida y dos fotos a la Videna! Admisión abierta, de repente lo llaman para jugar de volante de marca. Acá en el Perú me cobran “chinita” todo Abancay, todo Canevaro o todo Bolívar, acá en el Perú no se coimea… ¡Se colabora con la policía! Acá se puede hacer de todo.

Sin embargo, fuera de esta linda tierra es cierto que se le quiere más, con todas sus vicisitudes. Desde La Plata, Argentina, a veces se me deslizaban las lágrimas cuando pensaba en Lima, en el Perú. Cuando extrañaba todo. Se extraña todo. Por momentos nos quejamos de lo jodido que está el Perú “¿En qué momento se había jodido el Perú?” ¿Si o no Zavalita? ¿Si o no don Mario? (Gracias Don Mario)... En qué momento. No sabemos, y quizás nunca lo sepamos. Tenemos una relación de amor odio donde un sentimiento no podría existir sin el otro. A título personal ser peruano me llena de orgullo, ser peruano me hace querer decirlo sin vergüenza, ser peruano me hace heredero de la cultura más grande de este continente ser peruano me hace multicultural, multirracial, multiclimático (Si es que existe esa palabra) multitodo. El Perú es un pedacito de edén que se desprendió y se cayó en una gran masa de tierra entre el Pacífico y el Atlántico. Gracias, Perú. Te amo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Los no amigos


No quiero preguntar cómo te fue, porque no me vas a contestar en el instante, y si no me contestas para qué caer en la retórica. Nunca fuimos grandes amigos, ni siquiera buenos amigos, ni por asomo, medianamente amigos, que se ajusten al concepto íntegro de la palabra –o al menos de la amistad-. Solamente llegamos hasta el terreno de cómplices observadores que un día dejaron de gastar saliva en palabras y empezaron a derivarla hacia lo carnal, que dejaron que sus fluidos se aparearan en unas escaleras oscuras de un edificio con forma de queso. En aquel momento nos gustaban los jugueteos, jugueteos vespertinos hasta que llegara algún impertinente que nos restregaba en los rostros, y en la saliva, las pocas cuerdas que nos abrasaban.

Fuimos un par de púberes con no más de dos años de diferencia que jugaban a ser los adultos jóvenes del American Life Style, pequeños renegados conservadores que podían resistir los besos y hasta el roce de los muslos y de las manos rodando por las ondulantes de nuestros egos, pero que jamás, ni por asomo, fuimos amigos, porque a mis amigos los cuento con la misma intención con la que pinto cuervos en mis paredes: con mucho cuidado.

Las excusas perfectas para ir a verte eran los entrenamientos y la bicicleta. Si hubiera dejado de llevar una bicicleta no habría tenido los cojones para decirte que cuando iba a tu casa era porque quería besarte, no me interesaba hablar contigo, no tenía la mínima intención de caerte bien, ni siquiera quería ver a tu hermano (sabía que él no estaba al atardecer) que era mi amigo –y hasta ahora lo es- tampoco de ser un macho, solo quería besarte. Pero, cómo decirte que lo único que solo quería era ese par de lunas rosadas que se dibujaban bajo tu pequeños hoyos.

El viento me está destruyendo las canas. He venido a Montparnasse a comprar un lugar. No quiero nada ostentoso como la tumba de Porfirio Díaz, porque él siempre vivió así: arriba, con sus galones machacadores, y sus bigotes blancuzcos, limpísimos, totalmente aburridos. Yo quiero una como la del gran Julio, una sencilla plancha blanca que me cubra del sol y de los vagos, y de los oportunistas –que lo seguirán siendo pero yo no los veré-.

Logré llegar a París. Ese fue mi gran sueño, pero tú nunca lo supiste, recién ahora. Me obligabas, porque era eso lo que hacías, obligarme a ver tus ojos, tu contorneada figurita a los… años, tu cabello que en ese momento no se había contaminado para tener “belleza”. Tú me ponías un arma en la sien y me obligabas a verte todos los días en el mismo lugar, durante el mismo tiempo, pero nunca supiste que me estabas obligando. Qué grandotes tus ojos.

Tú ni siquiera sabías si yo tenía sueños (por supuesto yo no sabía ni qué hacías antes y después de nuestra hora de encuentros furtivos), tenías un par de prejuicios revoloteando por tu cabecita bella, ideas que se asociaban con el grosor de mis piernas y de mis brazos, con mi actitud de camión en alguna competición ¿Te aburría? No me culpes, no sabía ni cuál era tu libro favorito, no sabía si te gustaba leer o qué te gustaba leer, no sabía si quiera si sabías leer. Suponía que sí, estudiábamos en el mismo lugar. Tenía 15 años y un conglomerado de dudas al costado.

Qué inverosímil decírtelo luego de… años, espero que no te dé un infarto y que aún sigas en Lima. Aunque de repente recibes esto en Haití.

Por los amigos que nunca fuimos. Por los amantes crepusculares de un par de besos. Estaré cerca de Julio, jamás de Porfirio.

martes, 18 de agosto de 2009

Una mujer


Una mujer : definitivamente inteligente., culta, que sepa de qué habla pero que no se jacte de ello, que sea una dama pero que no le moleste ensuciarse las manos, ni romperse una uña (tal vez dos , o cinco),que le guste caminar y reirse bajo las sombras de los árboles. Que considere la combi un carruaje real en el que la llevaré durante un tiempo, pero que tampoco crea que siempre será uno de esos bichos con motor. Que cuando sea un BMW no se crezca ni empine la nariz, sino las lágrimas recorreran más rápido hacia el enladrilado. Que sea contestataria, y a veces contestona. Que destruya los paradigmas que la ruborizan. Que tenga ropas de doncella, pero que sepa que no valen nada si no se introduce en ellas. Que me controle, que el poderío de sus brazos no solo se extienda en derredor de mi cuello, sino también de mi vida. Que aun así sepa cuándo detenerse y no aprehenderme.Que no mire mis dientes, pero que sí los lama. Que sacrifique su vida por su hijo , y que me obligue a hacer lo mismo. Que no me deje hablar con Eaco en el averno cuando la vaya a rescatar, pero que me deje un camino para no fracasar en mi misión. Que sea preciosa, morena, rubia, pelirroja, alta, delgada, rolliza, pigmea, tuerta, loca, cuerda, alta otra vez, pero que sea preciosa. Y si no es nada de lo antes mencionado, que siga siendo preciosa. Que me deje admirarla por el simple hecho de haber salido de otra igual, pero más sabia. Que sea mejor que yo, pero que me admire, así yo la admiraré y podremos vivir la mentira más real que existe, el engaño consciente del que nunca querré salir y que, solo, en ese momento, deje de ser sensata. Que en las reuniones sea una dama y en la cama una casquivana.


Que me deje amarla y morir por ella.


sábado, 15 de agosto de 2009

Así te importe un bledo




Aún conservo tus libros de inglés. Recuerdo cuando me los prestaste para que mejorara y practicara el idioma –porque en ese momento tu hermana estaba de viaje y tú todavía planeabas el tuyo-. El próximo te tocaría a ti y yo quería ir contigo, no quería dejarte ir sola.Sé que deseas que las cosas te vayan bien, habrías de ser loca para pensar lo contrario. Yo también lo deseo, aunque probablemente eso te importe un bledo, y me alegro que hayas encontrado un camino, que te hayas alejado por completo de tus dudas y que ya ni siquiera me odies, ni me tengas ganas, ni me quieras, ni sientas nostalgia. Es mejor no pasar ni cinco minutos conmigo, así todo estará bien, no tengo oposición. Odio las miradas perdidas en el espacio, odio los “me tengo que ir porque estoy ocupada”, y aquellos pretextos reales que existen entre nosotros. Entre nosotros ya no hay nada, no queda ni ese beso a medias en un cine, no quedan las ganas de vernos por casualidad –o causalidad- en un salón frío y amarillo. Ya no quedan ni las incómodas posturas para disimular que no estamos ahí, ni rezagos de un muerto que no revivirá.Trabajas, amas, haces el amor, copulas, estudias, lees, qué no estás haciendo .Vives. Yo estoy bien, pero eso te importa un bledo, y qué genial. No me importa que no contestes, ni que sientas risa cuando leas esto, tampoco me interesa que desvíes la mirada en el único momento que convivimos en la semana. Discúlpame por los momentos extraviados, por las promesas incumplidas, por las veces que “arrugue”, por las molestias en general. Yo no quise. Te cité solo para decirte eso. Lo lamento. No te interesa. Ríete, síguete riendo, jamás volveré a arrancar una lágrima de tus ojazos. Jamás otro momento de reflexión con este, su servidor. Nunca te mentí. Nunca fui injusto, siempre supe dónde estabas y siempre tendrás el mismo lugar, así te importe un bledo.

Mucha suerte. Porque siempre serás “aquella”.


viernes, 7 de agosto de 2009

Los deicidas del presente (1era parte)

Un post poco elegante. Desde las tripas.

Yo ya no voy a la iglesia, me he declarado agnóstico (imagino que hasta cuando esté en mi lecho de muerte donde volveré corriendo, movido por el mismo sentimiento que mueve a los corredores de autos) , pero hace una semana bautizaron a la hija de un gran amigo, e hice una aparición luego de tantas lunas recluido en un cuarto azul de 4x4 -no era una camioneta- y seguí descubriendo la grandiosidad de Julio Cortázar porque tenía razón en las instrucciones de cómo comportarse en la biblioteca y en la iglesia "Nunca te pelees con un cura", ese día yo sí lo hice.


Salí de casa a las 6 de la tarde (Tarde), mientras ajustaba el nudo de la corbata asimétrica y me acomoda el ventiúnico saco de traje que cuelga en mi perchero. Los zapatos estaban bien lustrados porque mi abuelita me había "colaborado" la noche anterior. Por suerte la iglesia solo quedaba a unas cuadras de mi hogar (Eso me ahorró la combi, o en su defecto el taxi) así que caminé presuroso. No me di cuenta de las bocinas chillonas de los autos, ni de las panzas grasosas y graciosas de los vendedores de autopartes y pintores, ni del cielo color azotea -ya me aburrí del color panza de burro- solo lo sé porque imagino que estuvieron ahí como lo están desde antes de abrir este blog.


Acepté ir por la espontaneidad de la sonrisa del bebé, algo que no se consigue con facilidad, pero nunca sería tan entusiasta, así que me senté en el extremo de la última fila de la derecha. Para esto la gente andaba de pie porque el cura estaba manipulando un artilugio. No lleve un Ipod porque no tengo, y si lo llevaba no lo iba a encender porque probablemente hubiese olvidado cargarlo en la computadora, no lleve un libro porque no tendría donde guardarlo, no lleve uno de bolsillo porque los que tengo ya los leí. Llevé cigarrillos rubios, pero mi desfachatez no colinda con esos extremos... todavía. Solamente lleve ideas en la cabeza, por suerte, parafraseando al che, nadie me las puede quitar, ni en una iglesia, ni siquiera en un hospital. Así que no regale atención, tampoco la preste.


El olor a incienso y esa increíble atmósfera de Medioevo que destilaba el templo me tenían extasiado, adormecido por mis cuatro costados. Aún faltaban 20 minutos cuando el cura se desprendió de su sillón dorado y rojo, y procedió para el sermón, uno de esos que escuché 11 años seguido debido a los colegios religiosos que me acogieron durante mi pintoresca vida de escolar. Yo tenía atravesados a muchos curas en la yugular, tenía un par que eran muy buenos amigos y otro par que pillé teniendo amoríos en el despacho de la iglesia. Una vez, en el réquiem de mi abuelo uno de ellos se atrevió a llamarme la atención porque estaba hablando con mi papá -sé que de manera poco prudente, pero qué podía hacer, no había pasado mucho tiempo desde su separación con mi madre-.


Ante la mirada estupefacta y llena de cucufatería de un sinfín de tías que fueron ese día, me levanté y salí "Oiga jovencito, esta es la casa de Dios. Cállese y escuche. Acá no se viene a conversar", tremendo pajero. Nunca fui un hipócrita, menos en ese momento (uno de los primeros momentos donde seguí mi convicción: la convicción de mandar a la mierda sin decir "mierda"). Al ver que me levantaba de esas bancas las tionas casi se desmayan "Cómo puede ser posible. Leonardito faltándole al cura" Por ahí también escuché un "Le va a mandar un rosario cuando se confiese". Que yo sepa, por respeto, para no seguir interrumpiendo a alguien en un lugar donde no deseas estar, te paras y te vas.

Por ahí le dicen libre albedrío ¿no curita?


Años después las cosas no han cambiado mucho. El día del bautizo me volví a levantar del asiento, pero esta vez no para irme.

Continuará...





lunes, 27 de julio de 2009

Microrrelatos



Yo, estúpido

De pronto oigo en la radio de mi reproductor los números premiados de la lotería. Sí, sí ¡ya! Gané, gané, salté, revoloteé, la vida me ha cambiado, no volveré a pisar más las infelices calles de ese barrio mugriento, no más cuentas por pagar, no más trajes prestados para las fiestas. Brinco y abrazo a cuanto idiota se me aparece enfrente. De pronto un pordiosero me estira la mano y me ruega una moneda. Mi algarabía y mi efervescencia son tan grandes que le doy las llaves de mi casa y me voy riendo. Luego, más calmo, pienso que el pordiosero siempre se preguntará ¿Dónde vivo?

Tres días

Luego de tres días Jesús volvió a la vida. Luego de tres días de nacer yo morí. Mi visión aún no era clara pero recuerdo su voz, su voz abrigadora y amorosa, sus brazos grandes y él al lado, cansado. Yo podía percibir su respiración y sus latidos, su corazón palpitaba muy despacio, Yo no sabía que nosotros podíamos escuchar el sonido de los parpados al cerrarse. Luego de eso solo escuché un ¡pum! Después tomé la forma de un hombre y ya podía hablar, oír, ver y caminar. Lo último que oí fue el estruendo de dos vehículos a velocidad y unas siete voces gritando y desvaneciéndose.

Hoja en blanco

La pérdida de la autenticidad cosecha mi peor rostro, no me deja comprender lo leído, mucho menos lo escrito, me hace brincar por la plancha ubicada a babor del barco de las ideas, margina la desnudez de mis neuronas y las viste de rameras fracasadas que ya no se posan en la acera, que ya perdieron la mística y que ni para putas les alcanza la clase. Los falsetes que golpean mis tímpanos llegan directo a mis venas y contaminan al intermitente. La hoja en blanco se mancha solo de excremento verde y coágulos pesados y las doce campanadas parlan en italiano y me dicen finito.