jueves, 17 de junio de 2010

Los encededores extraviados


(Ejercicio del escribidor pelmazo)

La paciencia ultraligera que se destruye con las sábanas en un entrecruce matrimonial carece de virtudes, mientras los encendedores, que carecen de GPS, nos dejan sin porros y sin visiones (También sin cigarrillos, pero esos sí están permitidos encenderlos con el pequeño cirio del altar de las abuelas).

¿A dónde se van todos los encendedores luego de una noche en un bar? Por las madrugadas se tiene, al menos, un encendedor por bolsillo y otro en la chaqueta. Si no se fuma, igual se tiene uno ya que, este pequeño artefacto que cuesta entre 50 centavos y 50 dólares (y que siempre persigue la misma finalidad –o medio-) es el pasaporte para algún abordaje. En algunos casos pasaporte guinda, en otros azul, marcando la misma diferencia de los 50 dólares y 50 centavos.

Al llegar a casa, luego de una jornada que pudo ser agitada o sosegada –depende el encendedor-, y luego de quitarnos la ropa, se piensa en dormir o en leer. Sea cual fuere el caso, en algún punto pegamos el ojo. Al despertar se camina tambaleante hacia los purillos que quedan de la noche anterior y se busca uno de esos encendedores que reposaron en los bolsillos, resultado: no hay alguno, no hay ni para encender la vela en el altar. Hay calcetines voladores, libros, remeras o camisas ennegrecidas, películas (de cámara y de cine) polvorientas, pero ya no queda ni un encendedor. Ni siquiera podríamos pillar a un duende llevándoselo porque ya nos asaltaron mientras babeábamos.

Una tierra de un nunca y dos jamases

Quizá salieron volando por la ventana. James Matthew Barrie imaginó ventanas y techos londinenses en donde caía un niño huérfano y secuestraba hermanitos para luego llevarlos con otros huérfanos y así hacerse compañía todos juntos mientras se contaban historias anhelando mamás que jamás los olvidarán. Un pirata traumado y un hada enamorada completaban el escenario, pero tengan en cuenta que aquí se habla de niños, no de encendedores.

Es complejo concebir que los encendedores se van a un lugar donde los de 50 centavos coexisten en paz con los de 50 dólares, quién sabe, quizá existe un sistema imperfecto donde unos sirven a otros, donde los de color que dejan ver su gas están sometidos a aquellos que llevan marcas en el lomo y que no tienen la cabeza descubierta. Hay otros que tal vez formen parte de las fuerzas del orden, unos que son color plata y que brillan ante cualquier luminosidad. En la tierra de un nunca y dos jamases los encendedores se encienden solos. De vez en cuando vuelven a las habitaciones de donde salieron en busca de bencina y algunos para huir de la tiranía del Zippo mayor.

O se van allá o se van con algunos duendes. Dicen que los encendedores son valorizados entre algunas especies de gnomos y duendes, ya que en algunas aldeas que están al interior de las nubes oscurece muy rápido durante las tormentas, y como no están dotados con un sistema de fluido eléctrico se sirven del fuego portátil para no perecer durante la penumbra.

Un encendedor funciona como funcionan algunas relaciones: si lo conseguiste en alguna esquina por un precio muy bajo y lo extravías, consigues otro sin preguntar de más; si es especial y te demandó cierto esfuerzo en obtenerlo, luchas para encontrarlo y que no se eche al olvido (o se vaya con un pequeño hobbit).

1 comentario:

  1. Me gusto, ligero y simple para refrescarse. Hasta yo he perdido encendedores!!
    Para cuando un post del mundial?

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