miércoles, 10 de marzo de 2010

In the city of blinding lights. Oh, pareces tan hermosa esta noche en la ciudad de las luces cegadoras


A Giannina Negrillo Cuba. Porque un hombre que incumple una promesa está condenado a incumplir otra.

Se colocó los anteojos y empezó a digitar sin penas, con la misma tentación que la de Orfeo, con las mismas lágrimas que las Asterión… sin los cojones de Perseo.

Sé que te prometí que no iría a París. Después de esta noche ya no podré ver tus ojos empapados de recuerdos. Espero que no despiertes por el golpe de las teclas… te estoy mirando, estás a tan solo dos metros, en esa camita, en ese colchón vetusto que aún tiene nuestras siluetas dibujadas y que conserva el olor a madera mojada. Huélelo, huélelo mientras ya no estoy, huélelo, pruébalo, derrama tu lengua si es necesario para que te asquees de mi sabor, de mi olor, de eso a lo que le solías llamar amor. Ya no tendrás ni el placer ni la obligación de acurrucarte en mi hombro luego de haber hecho el amor en todas las cavidades de mi habitación, entre la cama y el aparador, de pie frente al pequeño mostrador, en el sillón a rayas que decías te hacía sudar y que por eso siempre querías regresar ahí, de seguir haciendo el amor, de morderme más de veintiséis veces desde mi pecho hasta mi frente. No puedo decirte que no me voy a ir, las cosas nunca salen como yo las quiero, pero las que salen las quiero mucho. Mira cuánto amor derramamos por todos lados. Cada instante entre tecleo y tecleo siento que es un instante que probablemente nunca se justifique, y que probablemente nunca exista, ni siquiera en estas líneas, porque es probable que cuando no veas mi maleta por la mañana y por la tarde mi contestadora de voz de diga que yo ya no existo, no vas a querer leerlas. Tal vez rompas el sobrecito…tal vez lo rompas en este momento, y quizá si en este momento no está roto, esté muy mojado, mojado y salado; como la última vez que sentí tu piel deslizarse y friccionar con la mía. Anoche, con frío, con la garúa estampada en los cristales sin cortinas como si las gotas fueran insectos de una sola familia que se desvanecen por el efecto de la evaporación, tuve miedo. Decirte que otro no te podrá hacer lo que yo te hice es pretencioso, y arrogante, pero es verdad…aunque existe la posibilidad de que sea mejor, pero yo no lo creo. Mis yemas calientes en tu abdomen que levantan tu camiseta y se deslizan hacia tus senos mientras me das la espalda, mientras te contorneas y se te desabrocha el sujetador, mientras te beso el cuello y escucho tus latidos y tu respiración a ritmo de fondista…nunca más todo aquello. El dar la vuelta y sentir tus pezones erguidos contra mi pecho no tiene punto de comparación con la lectura más sublime del mejor poema escrito por el mejor poeta, no se parece en nada a la salvación que hace mucho me prometieron y que dudo llegue algún día. Jamás va a llegar esa salvación, pero creo que luego de esa sensación táctil podría morir tranquilo, eso significa que podré irme tranquilo, sin deberle nada a este mundo y sin creer que me debe algo por las noches o por las mañanas. A estas alturas ya debes haber destruido esta carta o ya debes estar quemando mis fotografías, o quizá no hayas hecho nada de eso y estés agradeciéndome por lo hijo de puta que soy, repitiéndote una, dos, y tres veces que se te acabó el calvario con este hombre de mierda, que qué bien que ya se fue, que un tipo que te deja una carta en la mañana luego de haberte hecho el amor por la madrugada es un tipo cobarde, mediocre y muy miedoso para enfrentar el reto más grande del que puede participar una persona: el de ser feliz. Perdón, nunca te olvidaré, no dejes que tu cerebro interfiera en tu corazón…y viceversa, porque un corazón se rompe solo cuando existe existen dos individuos. Ahora ve, ve y hazle el amor a otro tipo, pero que esta vez sea menos cobarde y, si es preciso odiarme, ódiame, odia con la misma pasión con la que alguna vez me dijiste te amo”.

Cogió un sobre, introdujo el papel y lo selló con un beso. Se levantó sin titubear y desapareció como Eurídice.

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