martes, 15 de diciembre de 2009

Diciembre y abril


Los diciembres son como los abriles para mí, todavía no es enero y ya no es marzo. Diciembre y abril son, por demás, los meses donde la nostalgia se acumula en mi polvorienta habitación, diciembre aún no es tan caliente como enero, y abril ya no es tan caliente como marzo. En diciembre y en abril recibo regalos y llamadas; me siento a la mesa a tragar vorazmente los potajes que hace mi abuela. En diciembre se acaba el año y en abril se acaba un año más para mí. En ambos meses, desde hace un tiempo ya, no puedo abrazar a papá ni a mamá: ahí tengo dos te amos menos en persona, pero con la esperanza de que algún día pueda volver a ver cómo es que ellos pronuncian te-quiero-mucho-hijito.

En diciembre puedo caminar con una casaca puesta y sin sudar, al igual que en abril; y puedo beber un café a las tres de la tarde, como en abril. Abril es el mes más mencionado por los poetas, diciembre es el mes más odiado por los contadores. Diciembre y Abril son grises en Lima, bochornosos. Mis sueños duran desde diciembre hasta abril y luego se difuminan por los estratos nimbos de mi piel. Mi hígado y mis riñones suplican con rudeza en el gobierno de mi cerebro, pero este, como buena entidad ejecutora, no les hace caso y los avasalla sin pedir disculpas.

Aún a los 21, diciembre y abril son los meses donde más dinero recolecto. Abuso de la gracia que se esfumó hace mucho cuando mis cachetes y mis rizos cobraban el peaje y el impuesto. Las abuelitas y tías no los soltaban por nada, inclusive sabiendo que una cogida de cachetes o una estrujada de rulos en estos meses, les costaría por lo menos un par de billetes rojos. Ahora a las justas permito que los rocen por un segundo, y he elevado la tarifa: a los 21 la coyuntura te lo exige ¡Trabaja! , igual voy a seguir cobrando impuestos.

Mi abuelo ya no existe más ni en diciembre ni en abril, y de él sé que no podría esperar verlo pronunciar te-quiero-papurro. Tampoco mi familia, nunca más volveré a sentarme a una mesa con ellos durante diciembre o abril, tendré que peregrinar de casa en casa, de una ciudad a otra donde ya no quedarán más platillos de la abuela alrededor de un paralelepípedo marrón, nunca más volveré a terminar una temporada de fútbol en diciembre, menos aún la empezaré en abril; así que mejor evitar los diciembres y los abriles, por suerte solo hay uno de cada uno al año “Cómo quisiera que todos los meses sea diciembre, cómo quisiera que todos los meses sea abril, cómo quisiera que todos los meses sea navidad, cómo quisiera que todos los meses sea mi cumpleaños” Cuidado con lo que deseas pequeño Leonardo. Un diciembre se fue Alexandra. Un abril se fue Carol ¿Será acaso por esas razones, y por otras tantas que solo se incrustan en tu mente como un rayo de plata, que ya no te gustan ni la navidad ni tu cumpleaños, que prefieres sobrevivir solo en tu cama rodeado de viejos libros apolillados y de sueños que terminan siendo tu mayor escape a la victoria? ¿O acaso porque en diciembre tienes que bajar esa grasa acumulada en tu abdomen para lucirlo en las playas, y en abril para lucirlo en el trajecito que te pondrás para el santo? Flojo, tú y tu abdomen. Tal vez algún día te importe dos sonrisas y no dos carajos. Hoy me importa dos carajos, pero solo dos: diciembre y abril.

El hombre sabio es aquel que sabe retirarse del mundo, cualquiera que sea su vocación, y reír

William Faulkner

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