miércoles, 28 de octubre de 2009

Con los ojos cerrados




Los escalafones iban soportando el peso del cerebro que creía iba necesitar para reproducir sus tozudos vocablos <<Cómo fue, no sé decirte cómo fue, no sé explicarme qué pasó, pero de ti me enamoré>>. Había derramado sobre su hígado y su intestino grueso aquella frasecita del color de las manías que hacía con los dedos en el aire. Él no pudo encontrar la última botella de cerveza que quedaba en la nevera, así que fue al bar. Cuatro botellas doradas y albicelestes, ubicadas con perfecta simetría delante de las cajas verdes de whisky y al lado de una damajuana vinera, no tenían peso. Se les había esfumado el líquido por el pico y no por los poros.

A cinco minutos del arrabal y a diez del centro vivía él, postrado en un sillón incómodo, con las maderas carcomidas, marrón, que yacía delante de una ventana por la que vislumbraba el mundo entero mientras encendía con fuego los papeles bicolores de la guerra. Sin una botella de cerveza, solo con los papeles bélicos y oyendo al negro que se las había tomado todas <<Cómo fue, no sé decirte cómo fue, no sé explicarme qué pasó, pero de ti me enamoré>> empezó a bosquejar las líneas oblongas del orbe que paseaba delante de él. Sus bocanadas de humo le maleaban el carácter y lo hacían reír y llorar por los efectos del desgarro visceral. Había bajado por una cerveza y no encontró alguna.

Él creía poder emular a los muertos, creía que podría trasladar sus testamentos implícitos que los habían puesto bajo tierra, pues él los recordaba, los recordaba a diario empuñando los ojos en el paraíso, en aquel sitio de transfiguración que ni Dios podía penetrar, en la purísima levedad de su ser mítico <<Cómo fue, no sé decirte cómo fue, no sé explicarme qué pasó, pero de ti me enamoré>>. Él no iba a morir, no todavía, hasta demostrar que el ser onírico no era mítico, que lo acaba de descubrir sin guarecer en sus sueños.

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